En su sermón del 14 de octubre López Obrador nos dice que “el amor y el poder tienen que ser puros. El poder tiene que ser puro para que se convierta en virtud y se ponga al servicio de los demás”.
Lo que realmente nos dice es: yo soy puro, por ello en mí, el amor y el poder también lo son, y, siéndolos, solo pueden servir al pueblo. Otra cosa muy distinta nos devela “El Rey del cash” y nuestra experiencia diaria, pero que cada quien saque sus conclusiones. Yo quiero aquí demostrar el batidillo que es en la mente del personaje el poder y eso que llama servir al pueblo.
Puro es aquello “libre y exento de toda mezcla de otra cosa”, que “procede con desinterés en el desempeño de un empleo o en la administración de justicia”, que es “casto, ajeno a la sensualidad”, “libre y exento de imperfecciones morales”, virginidad, doncellez.
Pero el poder no es un algo, una cosa, menos un sujeto del que se puedan predicar pureza. El poder es una relación de mando y obediencia, donde lo que hace al mando es la obediencia, uno manda hasta que lo dejan de obedecer. Algunos, una vez que han sido dejados de obedecer ya no mandan, se imponen por la fuerza, pero eso ya no es el poder en su concepción política, sino imposición, fuerza bruta, totalitarismo.
El poder es una relación binomio, donde uno manda y su mandato recibe del otro obediencia por convicción, interés, pacto, proyecto o convencimiento. El verdadero líder no preside una horda encadenada; es seguido voluntaria y entusiastamente por quienes lo acompañan. El liderazgo tampoco se compra, se compra la dependencia, no la libertad y todo liderazgo es hijo de la libertad de los lidereados, no de su sometimiento.
Regresemos al Castillo de la Pureza de López Obrador. El poder no puede ser puro, debe ser efectivo, eficiente, regulado, respetuoso, responsable, vigilado y criticado, pero no puro. Las categorías que pueden aplicársele al poder son de desempeño, medición, honradez, rendición de cuentas, responsiva, legalidad y legitimidad.
Si se aplican estos índices, el servir al pueblo es algo que requiere prueba cotidiana, no decreto celestial. En el poder no sé es puro y por ende eficaz, honesto y efectivo; la ecuación es al revés, primero tienes que acreditar que haces un buen ejercicio del poder y luego se te califica tu rendimiento, no tu pureza.
En otras palabras, no necesitamos a un arcángel en el poder, necesitamos a quien sepa y pueda hacer buen uso del poder y acompañarlo con su ingrediente principal, que por supuesto no es la pureza, es la autoridad, el reconocimiento espontáneo de que el que manda sabe lo que hace y acredita en los resultados hacerlo bien.
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