Un funámbulo es un acróbata que realiza ejercicios sobre la cuerda floja o el alambre, pero también una persona que sabe actuar con habilidad, especialmente en la vida social y política.
Lo del funámbulo es salir a escena, dispuesto a desafiar la gravedad y gravitar en el riesgo de su travesía aérea.
El funámbulo tiene mucho de fanfarrón tras su figura temeraria, cínica y bravucona, y tiene por destino el abismo tragicómico del espectáculo.
Pero el funámbulo tiene sus tiempos. No en todo momento la gente está dispuesta a perder el tiempo observando sus equilibrios, maromas y desplomes, así que hace presencia cuando todo a nuestro alrededor se desmorona y buscamos en los cielos una señal o la fuga prestidigitadora y la distracción.
Porque el funámbulo no busca mejorar el mundo, salvarlo del mal y la enfermedad, cosechar frutos, alimentar hijos, salvar economías o pacificar belicosos; ni siquiera rescatar almas o santificar vidas: no hay para él redención de corderos ni fuegos prometéicos. Lo suyo es embriagar.
Es la ensoñación espectral y el embrujo por la muerte. Nada hay en él de cotidiano, cada uno de sus pasos y gestos es una lucha entre la vida y la muerte; una apuesta contra aquellos a los que desafía con no caer y a favor de los prestos a aplaudirlo, adorarlo y seguirlo en la cuerda floja hasta el abismo. Su camino es siempre ascensión al cielo y, cuando cae, resurrección. Todo en él es épicamente absurdo.
La esquizofrenia rige su equilibrio y contorsiones, aspira a volar en conquista de cielos, pero en cada aleteo de sus alas desafía al infierno y al caos; carece de futuro cierto, desconoce paso firme, no tiene regreso, pero tampoco destino ni propósito rescatable.
Zaratustra bajó al pueblo y su predica fue arrebatada por un funámbulo y su andar aéreo a quienes un bufón hizo caer a los pies de Zaratustra; éste le cerró los ojos diciéndole: “Tu alma estará muerta antes que tu cuerpo”. Porque su alma no tenía más propósito que ser venerado en el altar de la cuerda floja y la consagración de la maroma. Zaratustra aprendió la lección y fue la última vez que habló a un muerto: su boca o era para esos oídos y jamás regreso a los hombres —lo verdaderamente difunto—: “Siniestra es la existencia humana y sin sentido aún —se dijo—: un bufón puede llegar a ser su perdición“.
En su propósito nómada de equilibrio sin destino, el funámbulo ignora al bufón que siempre lo acompaña y le roba su suerte y aplauso. Ese hombre pequeño, dice Nietzsche, eternamente regresa: es el espíritu de la pesantez que nos jala al abismo. Es el hombre pequeño y tramposo que llevamos dentro. Todo funámbulo aspira a volar, pero sobre sus alas siempre va el enano bufón que —también en la cultura del espectáculo— hará de su ascenso caída y némesis.
Lo que observamos hoy en México es al funámbulo desdoblado en bufón jugando vencidas en la cuerda floja de la tragicomedia de un espectáculo sin destino. Aunque su alma esté muerta antes que su cuerpo… desde hace mucho.