Sépase que estamos aquí para cumplir un designio, no como hombres libres dueños de nuestros pensamientos y acciones, sino como piezas de la idea y hacer de un artesano. Lo político, así, se basa en un principio extrapolítico, es decir, no inmanente al pueblo, sino a un orden cósmico, a alguna ley natural o a una historia prefijada. Bajo esta perspectiva, la política es una especie de forja de un pueblo conforme a una idea, donde la libertad y la pluralidad humanas no juegan. Para el tan el actual Goebbels, la política no es otra cosa que el “arte plástico del Estado”, donde la autoridad responde a los que considera principios básicos y busca sus fines preestablecidos. La política, así entendida, no es una acción, sino una fabricación. La acción es propia de los hombres en pluralidad, la fabricación es la producción de algo objetivizado. Cuando los hombres accionan ejercen su libertad en pluralidad, cuando fabrican cumplen un fin práctico y utilitario que deviene en un objeto ajeno al sujeto  que lo produjo. La acción humana crea sentido y valores compartidos, la fabricación bienes de consumo y uso.

Veamos nuestro desastre. Un buen día amanecimos inmersos en un México de transformaciones históricamente prefijadas bajo una lectura limitada a grandes etapas sacadas de la manga bajo una interpretación simplista de la historia patria y de la complejidad y pluralidad políticas de la Nación. Si México se rige por etapas predefinidas, los mexicanos ya no somos autores de nuestra vida, sino piezas de un destino y obra manifiestos. Lo nuestro ya no es hacer de nosotros el México que queramos, sino cumplir la cuarta transformación, cualquier cosa que ello pueda ser.

Lo nuestro es cumplir la etapa histórica que nos corresponde, hacer de México una obra de arte que se actualiza permanentemente conforme a un plan totalitario predefinido de transformación en un proceso de organización, disciplina y control que se convierte en un fin en sí mismo. Los mexicanos tenemos ya una sola faceta, la de fabricantes (obreros) de la transformación por la transformación misma; en nuestro haber no existe la acción propia de la libertad, imprevisibilidad y pluralidad humanas. Éstas son suprimidas por la ideología de la transformación. Nuestro paradigma es producir la obra de la cuarta etapa transformativa, no accionar libremente nuevos comienzos; el productivismo por sobre la esencia de lo político: la libertad. Lo nuestro no es ser mejores, sino cumplir nuestra responsabilidad histórica como artífices de la transformación. Propio del productivismo es el producto que se fabrica, pero la transformación es una entelequia por la cual se nos esclaviza a trabajar sin fin ni fecha previstos ni medibles, sin producto alguno a fabricar y sin utilidad ninguna a cambio.

Lo más difícil es someterse a una transformación sin referencia de llegada, pero no faltara el Goebbels tropicalizado que nos ordene callar porque la “Transformación… es la Transformación”.

El Estado como obra de arte de la historia, no como espacio para su libre construcción; no como organización de la pluralidad para crear historias siempre nuevas, pierde así su razón de ser al quedar restringido a la reproducción y preservación de un mundillo histórico particular, predestinado y encerrado en sí mismo.

La 4T es un paradigma de rebaño, donde los hombres más que hacer acciones libres y plurales, somos parte de una masa indiferenciada en un proceso histórico impuesto e irresistible. México, así, ya no es un ente colectivo político abierto a un infinito de posibilidades, sino la representación de una obra y un guion. México no tiene ya una misión histórica por crear, sino una por cumplir con cadena al cuello. México como la forja de un mito.

El nazismo apeló al mito novelado de la raza, la 4T al mito caricaturizado de la historia; ambos son tan falsos como apolíticos, porque reducen la libertad humana a un designio sobrehumano.

Y lo peor es que todos bailamos al son de tamaño delirio y absurdo.

Feliz navidad y que Dios nos agarre confesados el año que entra.

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