La libertad de palabra es de quien habla y es consecuencia de su hermana mayor, la libertad de pensamiento. Por eso la política es antes discurso que acción, porque es la expresión de la libertad en lo plural que se hace presente para comunicar y concitar acuerdo y acción política.

Festinar con palabras la conculcación de su libertad y ofrecer disculpas por ejercerla es parte del problema que nos tiene a punto de desaparecer como humanos. Lo alertó Arendt hace 74 años: la borradura entre lo privado y lo público, entre la necesidad y la libertad, entre lo social y lo político. Por eso vivimos una Babel de agendas sociales exclusivas y excluyentes que hacen imposible la libertad y lo plural: lo político. Es la moral de los esclavos de que nos habla Nietzsche.

Abrir una deliberación pública y censurarla de salida imponiéndole exclusiones, temas autorizados de antemano y audiencias que no quieren escuchar sino solo ser escuchadas, es comprar la negación del diálogo. Nada nace de la negación y la censura; su triunfo es una derrota; su festejo, un suicidio.

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