Como Jerjes contra los griegos, López, con sus consejeros en el INE, sus magistrados en el Tribunal Electoral e, incluso, sus ministras —que no del pueblo, sólo de él— en la Corte y en el oprobio, no pudieron en buena lid contra los valientes en las Termópilas del Senado y la democracia.

Por desgracia nuestros tiempos no son dignos de un Leónidas que los comande.

Pero si de Leónidas no somos merecedores, nos sobran méritos para los Epialtes y sus traiciones hoy hechas estirpe y ostentación.

Felonía que, a traición y en recompensa, mostró al tirano la cobarde y oscura senda del triunfo en la vileza; incapacitado de origen para guerrear con honor, sin odio, con virilidad y la frente en alto.

De noche y entre abrazos inconfesables siguió con la cabeza gacha la huella de la traición. Mientras en el campamento senatorial los nuevos y diminutos sátrapas festejaban de antemano y borrachos de cobarde zafiedad un triunfo ajeno, sin gloria, sin decoro, sin madre; en cópula con la vileza a cuyos pies se postraron en besos, mientras los Yunes Elpialtes avanzaban entre vivas y guirnaldas de oliva marchitas de vergüenza patria.

En cobarde madrugada lanzaron su nube de flechas para que el sol no los viera; sin cara ante la historia, más en la ruindad de sus jolgorios videograbados al espejo.

En el epitafio de la República se lee:

“Con mi muerte se consagró la traición como virtud y forma de gobierno en México.
Doy gracias al cielo por haber muerto para no verlo”
.

11 de septiembre de 2024.

¡En paz descanse!

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