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Como cada seis años, todo México habla de proyectos políticos, programas de gobierno y visiones de país. No obstante, prevalece una gran confusión entre estos tres conceptos. Un proyecto político es como las alianzas electorales que hoy arrastran sus vergüenzas y medianías hacia la impotencia, o como las múltiples pulsaciones de la sociedad civil por hallar cauce y destino político a su enojo y frustración. Un programa de gobierno es una ruta para quien aspira a ser gobierno: partidos, candidatos y estrategas de ocasión. Pero una visión de nación es mucho más que un propósito electorero o un catálogo de planes, actividades y actos administrativos con métricas, presupuestos y calendarios. Visionar una nación es la oportunidad de retirarse del mundanal ruido y abstraerse de su tráfago demencial para idear en un amplio horizonte una nueva perspectiva de nación, para dar comienzo a algo totalmente nuevo. La diferencia es la que media entre Alcibíades y Eneas.

Y aquí empieza el problema; no se trata de cambiar sólo de perspectiva, es decir, moverse de un punto de observación a otro, como quien cambia de partido y cree canjearse en algo diferente siguiendo siendo el mismo y, las más de las veces, otra cosa peor. Menester es cambiar en nosotros mismos, en nuestras capacidades de ver, de significar y de entender, para entonces observar los fenómenos desde un pensamiento extensivo que nos permita reflexionar y juzgar “desde un punto de vista universal”. Y aquí surge el segundo gran inconveniente: una visión de nación implica ¡pensar!

Una visión es una “contemplación inmediata y directa sin percepción sensible”. No se observa un fenómeno y su apariencia; se ve lo que aún no existe, lo que pudiera llegar a ser, aquello que se desea y a lo que se aspira. No es un acto cognitivo, porque no se piensa algo, sino “sobre algo” en un acto dialéctico y dialogante, donde primero dialogo silenciosamente en mí y conmigo mismo, y luego delibero en la pluralidad con los otros. Visionar es un trabajo de futuro, no de memoria. Por supuesto no podemos deshacernos del pasado, pero no se trata de traer presente (re—presentar) a la mente lo que ya no es, sino lo que no ha sido. Visionar una nación es imaginar un mundo diferente y aún inexistente; un anhelo, lo otro, lo desconocido. Para ello tenemos que salirnos de nosotros mismos, de nuestra comodidad y seguridad: si bien una visión tiene mucho de sueño, tiene más del coraje y de la valentía de los primeros hombres que se enfrentaban a las fuerzas naturales, que ni siquiera entendían, en un afán de hacerlas suyas, precisamente, entendiéndolas, reconciliándose con ellas: comprendiéndolas. Pero también un visión de nación tiene mucho de desgarre, de negación, de dolor; porque exige interpelar nuestra consciencia, desnudarnos de autoengaños, nostalgias y falsedades.

Y, como cada seis años, hoy lo que nos sobran son programas de gobierno, propios de la picaresca y la simulación atávicas de nuestros partidos. Lo que no tenemos es una idea de nación. Porque incluso la que solíamos tener ya no es más. Nos enfrentamos todos los días a una nación que ya no sabemos leer, que no captamos ni sentimos, que ya no palpita en nuestro ser, en la cual no nos hallamos, ni nos reflejamos; en la cual no podemos enraizarnos; de allí el desarraigo que experimentamos.

Visionar una nación es soñar un México posible, aspirando, no obstante, a lo imposible. Parir un nuevo comienzo para todos. Un modo diferente de organizar y constituir un cuerpo político. Kant lo destacó cuando, frente a las monarquías europeas, las colonias inglesas en América imaginaron un régimen republicano, democrático y con división de poderes. Para él se trataba de una “transformación total”. Lástima que hoy en México el vocablo transformación se haya deslavado hasta terminar por no decir nada, pero transformar es transmutar, cambiar una cosa por otra; de allí que la mutación deba ser total, no de parches, no de maquillajes, de colores o de lemas absurdos. En otras palabras, no se transforma transformando la percepción y la narrativa, se transforma el ser en sí mismo.

Pero continuemos con Kant, para él no se trataba tan solo de cambiar magistraturas (presidentes), sino todo el cuerpo del Estado, considerando, por delante, al pueblo mismo: “cada miembro, desde luego, debe ser, en semejante todo, no sólo medio, sino también, al mismo tiempo, fin, ya que contribuye a efectuar la posibilidad del todo, y debe, a su vez, ser determinado por medio de la idea de todo, según su posición y su función”. No se trata, pues, de cambiar en los bueyes de mi compadre, en el nuevo salvador sexenal, en una alianza de miserias o en un sueño guajiro; sino en nosotros mismos, porque, ¿qué es la nación si no nosotros mismos?

Una visión de nación no es, pues, un catálogo de retazos de metas y de métricas, sino una perspectiva panorámica de nosotros mismos pero diferentes y mejores, con condiciones de vida digna, con concordia política, con libertades y derechos plenos; sin miedos, sin desigualdades, sin injusticias, sin imposiciones, sin rijosidades, sin desencuentros, sin mentiras, sin cinismos: una visión de nosotros hermanados en la diversidad.

Una nueva visión de nación, por tanto, no puede ser un catalogo de recetas y buenos propósitos para la administración pública, sino la refundación de la comunidad política, de su organización, de sus paradigmas, de sus conductas y formas de ver, de entender, de hacer. Una nueva dignidad del hombre, de la vida y de la política en México. Una nueva categoría de pensamiento del ciudadano, de la política, de la Nación, de la libertad, de la identidad y de la pertenencia. Un nuevo lenguaje en esta Babel de ruidos. Un nuevo sentido a nuestra convivencia, discurso y acción políticos. Byung-Chul Han le llama un “espacio virginal donde el pensamiento puede iniciar un hablar totalmente distinto”.

Nietzsche diría, una transvaloración de todos los valores. Cuando Nietzsche anuncia que “Dios ha muerto”, no habla de un ser, Dios existe o no existe; pero morir no puede, esa es una categoría que no se le puede aplicar. De igual forma, no puede ser asesinado por los hombres más que metafóricamente. Nietzsche, con la muerte de Dios, lo que expresa no es el fin de Dios, sino el de la relación del hombre para con él: Dios desaparece del presente, historia y futuro del hombre. No es Dios quien muere, sino la fe del hombre en su divinidad. Para Nietzsche, Dios vivió en la conciencia del hombre y ahora éste lo expulsaba de ella. En palabras de Colomer: “Dios no es ya, como antes, una fuerza viva, presente y operante en la historia de los hombres”. Nietzsche, así, refleja el nihilismo de su época, no necesariamente un ateísmo. Pues bien, nosotros debemos reconocer que las relaciones y organización políticas que tenemos ya no se plasman en un México sentido y funcional. México no ha muerto, porque es en nosotros, pero su expresión en la realidad, la forma como nos relacionamos, entendemos, organizamos y accionamos ya no funciona, ya no nos llena, ya no nos mueve, ya no da frutos ni llama a futuro. Carece de significado y de sentido. Lo que hemos perdido es la idea de México con la cual todos nos identificábamos y hermanábamos en nuestra pluralidad y contradicciones.

Y ello no se resuelve con fijar un umbral al PIB, o priorizar las tareas y el gasto de la administración pública federal. Necesitamos resignificarnos como mexicanos en un México diferente. Para Hegel, “cuando la potencia de unificación ha desaparecido de la vida de los hombres y las oposiciones perdido su viva referencia mutua e interacción ganando independencia, surge entonces el estado de necesidad de la filosofía (…) De la escisión del desgarro brota el pensamiento”, con ella, la necesidad de la reconciliación. En palabras de Arendt: “El pensamiento nace pues de la desintegración de la realidad y de la escisión resultante entre hombres y mundo, de donde brota la necesidad de otro mundo, más armónico y más significativo”.

Pero sigamos con Kant: “El problema del establecimiento del Estado tiene solución, incluso para una estirpe de demonios, por muy fuerte que suene (siempre que tengan entendimiento), y el problema se formula así: ‘ordenar una muchedumbre de seres racionales que, para su conservación, exigen conjuntamente leyes universales, aun cuando cada uno tienda en su interior a eludir la ley y establecer su constitución de modo tal que, aunque sus sentimientos particulares sean opuestos, los contengan mutuamente de manera que el resultado de su conducta pública sea el mismo que si no tuvieran tales malas inclinaciones’”. Este párrafo cambió el parecer sostenido hasta entonces y fijado por Aristóteles y que decía que el hombre de bien sólo puede ser buen ciudadano en una buena ciudad. Kant sostiene que incluso el hombre malvado puede ser buen ciudadano en un buen Estado. Esta perspectiva nos es de gran importancia y oportunidad, porque hoy estamos absolutamente polarizados y mañana, sin embargo, seguiremos siendo los mismos y aquí. No importa quién gane o pierda el 2024, la polarización en México seguirá presente entre nosotros. Y no debemos pelear con nuestros demonios, sino hallar las formulas de organización y convivencia que nos permitan convivir con nuestros “hermanos”, en comunidad, libertad y tolerancia. Para Sócrates, el buen gobierno era la concordia entre los ciudadanos. Y eso es visión de nación, no programa de gobierno.

La confusión entre proyecto político, programa de gobierno y visión de país, es también una confusión de identidades y de papeles, así, hoy los partidos niegan su carácter de organizaciones político electorales, propias para integrar gobiernos, para trasvestirse en pactos con la ciudadania y abrazar agendas sociales; por su parte la sociedad civil confunde sus causas con cometidos políticos y pretende gobernar apropiándose de los partidos, pero no logra la fórmula para convertir su energía social en acción política efectiva. Finalmente hay otras quimeras que quieren ser todo a la vez: sociedad civil, ciudadanía, partidos, apartidismo y gobierno, y terminan por diluirse en la nada.

Por último, hablo de visión de nación y no de país, porque a diferencia de los Estados Nación europeos, donde la sociología expresada en nación precedió a la organización política en Estado; en México, con el surgimiento del Estado independiente asumimos la tarea primigenia e irrenunciable de forjar una nación del crisol de contradicciones de nuestro origen y que hoy, más que nunca, cuando la polarización ha sido exacerbada y el México Bronco es llamado a gritos para generar el caos y lucrar en y de ello, se nos impone como una decisión de vida o muerte para reencontrar el sentido, la identidad y la pertenencia de nación en la diversidad, en la crisis y en el sinsentido.


Publicado en LFMOpinión.

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