Decía Pepé Woldenberg que la política tiene que hacer sentido. Agregaría yo, y el político respetarse.
En otras palabras, todo tiene un límite.
Partamos de que la democracia es un juego público con reglas que los jugadores han pactado cumplir públicamente, es decir, un juego que se juega de cara a todos. Por tanto, quien pretenda ser un buen jugador tiene que hacer un esfuerzo por cumplir las reglas o, al menos, aparentar cumplirlas a los ojos de los más.
Partamos por igual que Morena se ha caracterizado, desde su denominación, por aparentar cumplir las reglas violándolas. Para ello acude a la “neolengua”, neologismo acuñado por George Orwell (1984) que juega con el significado de la palabra. Por ejemplo, ellos no hacen mítines, sino asambleas informativas; no incurren en promoción personalizada, informan; no juegan al tapado, sino a las corcholatas; no revocan, ratifican; no son parciales en el poder, defienden a los más pobres; no mienten, solo tienen otros datos.
Partamos, finalmente, que la palabra es como una flecha, decía Homero, que una vez que ha salido del cerco de los dientes, no se puede parar ni modificar su destino. Somos, pues, rehenes de nuestras palabras.
Pues bien, Marcelo Ebrard, seguramente ordenado por el orquestador único, lanzó su campaña adelantada en contra de norma expresa, hecha ley a iniciativa del grupo del que hoy es cruzado. Lo hizo, además, pletórico de gusto, saboreando con ludismo desbordado cada una de sus palabras.
Sabedor de que violaba la ley, enmascaró en la neolengua su desacato: no hizo acto anticipado de campaña, ni un acto partidista y, por tanto, no sujeto a la rendición de ingresos y egresos, aunque por ello luego se les caigan candidatos, remember Guerrero y Michoacán.
Pero no nos distraigamos con bagatelas leguleyas: él no hizo un acto de campaña porque no buscaba ningún cargo público, ni ninguna candidatura, ni para ninguna elección. En el camino, sin embargo —aunque nuevamente en neolengua—, hizo alarde de ser corcholata certificada, cinco veces destapada en “las mañaneras”, es decir —aquí cito a otro clásico del cinismo y laicismo neolingüístico— en “los tiempos del Señor” que son ¡perfectos!
Origen es destino y Marcelo, al comprar el juego al “Señor” compró su origen y destino personales. Él, en sus propias palabras, no busca ser presidente de la República, no busca combatir la inseguridad, la enfermedad, la ignorancia, la desigualdad, la pobreza, la corrupción ni la impunidad. Ya no hablemos de cosas más elaboradas como el medio ambiente, los derechos de género o las exclusiones sociales y políticas. No, él aspira a ser “Coordinador de los Comités de Apoyo por la Defensa de la Cuarta Transformación”.
Si eso no es simulación ni cinismo en grado sumo, no sé qué más pueda ser. Marcelo se destapa para una contienda que no existe, para un cargo que tampoco y para un cometido pírrico y entrópico.
No hay en los estatutos de Morena el cargo de Coordinador de Comités, no, al menos, como cargo de elección interna. Basta que su achichincle Mario Delgado lo nombre en la nómina morenista o, mejor, aún, “El Señor” le imponga el chaleco de coordinador nacional de los “servidores de la nación”. Porque eso y no otra cosa son en Morena los “comités de apoyo”, que sirven para armar redes clientelares, controlar las entregas de dinero, movilizar acarreados y votantes, más lo que a “El Señor” se le ocurra. Ya ven como es de ocurrente, cuando no le gana rencor.
Finalmente, su objetivo no es México ni los mexicanos y su circunstancia, es defender la cuarta transformación, y se oye al viento correr en ese gran vacío de la neolengua que dice todo para decir nada.
Marcelo Ebrard es un hombre inteligente y le debe costar mucho más que la dignidad perdida jugar semejante papelón, aunque ya en el calor de la asamblea informativa, le gane el honor de ser corcholata.
Perdón, pero no veo a Morelos, a Juárez o a Madero, para tan solo mencionar a los señeros, solazándose en el papel de corcholata.
Cada quien construye su celda y destino.