Cómo habrá percibido el ánimo de los actores de reparto en sus mañaneras que necesitó entusiasmarlos.
O bien, cómo estaría su talante para gritar ánimo a nadie más que a él en la soledad de su poder.
Vendría luego un acto fallido que desanimó a los presentes y quienes luego se impusieron del desdoblamiento de su inconsciente: “Lo mejor, dijo, es lo peor que se va a poner”.
Nadie en su sano juicio pensó que se refería a esa mañanera en especial, más aún cuando todas son la “delirante” repetición de su desentender y negación de la realidad.
No, todo mundo pensó y piensa en que se refería a México, su gobierno y su futuro, personal y político.
Pero lo más alarmante, —si ello fuese aún posible— fue la carcajada que lanzó inmediatamente después, festinando su admonición.
El cuadro, sin duda, será motivo de foros psiquiátricos sobre la conducta política. Pero veamos, por lo pronto, lo que nos adelanta Jung sobre la risa como mecanismo histérico.
“En un momento de gran desaliento o verdadera desesperación” el histérico comienza a reírse. Es, adelanta, como el sueño de las brujas, “cuando el dolor de la tortura resulta insoportable, caen en una especie de condición de sonámbulos, un estado de anestesia; están completamente drogadas”, pudiendo, terciamos nosotros, repetir los mismos argumentos, enemigos y culpas sin importar de que se trate, como en las mañaneras, donde a veces creo observar a un zombi que camina sobre llamas y espinas, y contra balazos y avalanchas.
El “ánimo” que imploraba hubiese sumergido a otro en llanto o, al menos, en prudencia; no a él, quien simplemente cambió de humor, porque hay en los histéricos algo que les impide tomar consciencia, reflexionar; no pueden controlar su humor, aunque, “frente a pensamientos sumamente negros y peligrosos, surja una disposición a la felicidad incontrolable” aunque no pueda, por ello, controlar sus pensamientos; de allí el acto fallido de que lo mejor es lo peor que se va a poner.
Lo que esto muestra es que quien así actúa no tiene control sobre su inconsciente y ello le resulta una situación de gran peligro. Ojo, nos dice Jung, “no importa si se trata de una felicidad inesperada o gran miedo o pánico. Es una función descontrolada y a veces uno lleva la carga y otras veces, otro”. Tal es el conflicto predominante en la histeria, por ello el histérico siempre trata de dar una impresión positiva, así arda por dentro en angustia.
El problema es que esa impostara positiva es solo eso, representación que no puede mantenerse por mucho tiempo y menos ser coherente, porque casi inmediatamente “surge el otro y estropea todo”. Por eso pasa del ¡ánimo! al ¡me atacan.
Todo es positivo en un momento, y risas; pero todo es negativo y rencor en el otro: histeria.
De allí que ría al decir “ahí tienen sus masacres”, o cada vez más seguido y más disparatadamente.
“Por eso, explica Jung, uno de los prejuicios contra los histéricos es que mienten, pero no pueden evitarlo. Su incoherencia es obra de los (sus) opuestos”: “esta refinería, dijo ante una obra en caos, es ¡un sueño hecho realidad!”
Concluye Jung, sin desperdicio: “Cuando los diferentes aspectos de una personalidad (histérica) son tan independientes entre sí que se manifiestan uno tras otro sin control ni coherencia o relación, podemos sospechar justificadamente de una especie de condición esquizofrénica”.
Al menos, ese día no mintió: lo mejor es lo peor que se va a poner.