nota-2522192085

A los hombres hay que juzgarles en sus circunstancias, merecen exégesis (explicación).

Echeverría entró finalmente a la historia y tendrá la exégesis que merece. Creador de instituciones y polémicas, marcado por sus rencores y maniobras, disciplinado, tesonero y tenebroso. Hombre culto y refinado, de imposturas y máscaras.

Mi padre, quien lo conoció desde la preparatoria, decía que en él todo era estudiado. A diferencia de López Mateos, que era espontaneidad a flor de piel, Echeverría era la representación de una personalidad diseñada para el hermetismo. Ya en el mejor de sus discípulos hemos estudiado la risa histérica y en él (Echeverría) la carcajada causaba más temor que alegría. Vilma Fuentes, ayer en La Jornada, escribió magistralmente sobre El poder y el miedo en Echeverría.

Pues bien, hasta hoy, con ciertas y fundadas grietas, suele echarse en el mismo saco a Díaz Ordaz y Echeverría, en original simbiosis. Y se yerra. Eran el agua y el aceite, donde el segundo engañó al primero de cabo a rabo. Ya en otro tiempo narré cómo en el velorio del padre de Díaz Ordaz, Echeverría pidió a todos los que habían llegado hasta Puebla a retirarse porque, según él, el presidente deseaba estar solo con su familia, para quedarse, así, como el único funcionario verdaderamente leal a su dolor. Muchos años después —estaba yo presente— Díaz Ordaz se enteró por mi padre de quiénes habían acudido y fueron retirados tempranamente de su casa paterna por Echeverría, suponiendo que muchos más llegaron después y la guardia no les dejo pasar.

Pues bien, citó algunas expresiones que marcan la diferencia: Decía Díaz Ordaz que los desesperados confunden las horas con los años y los años con los siglos; luego dijo: “Asumo íntegramente la responsabilidad: personal, ética, social, jurídica, política, histórica, por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado”, refiriéndose al conflicto estudiantil de 1968, y, finalmente, sostuvo al pueblo de México, “mi único señor y juez”: “Sereno me someto a su juicio inapelable”.

Esas tres citas marcan la diferencia entre uno y otro.

Tiempo después, corría la mañana del 16 de julio de 1979 y acompañé a mi padre y al profesor Olivares Santana, en representación éste del presidente de la República, al sepelio de Díaz Ordaz, al llegar, Gustavo, el mayor de los hijos se encerró con mi padre en el privado de la funeraria algunos minutos, al salir mi padre se veía consternado. No fue sino hasta dejar a Olivares en Gobernación, ya en nuestro coche, que me comentó: “Díaz Ordaz dejó sus memorias y pidió que no se publicarán si el país no estaba en paz y que, si Gustavo tenía dudas, me consultará”. Y, por lo visto, Gustavo no ha tenido dudas.

El país tuvo tiempos de paz, muy lejanos a los de ahora; pero también tuvo a Echeverría que, como muchas personas grandes se aferran a la vida para no perder el control y destino que sobre ella creen tener.

No sé cuál sea el caso, tanto de Gustavo como de Echeverría; sí sé que el país no está en paz, pero espero leer en vida las memorias de Díaz Ordaz para entender mejor a Echeverría.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *