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Cualquier persona con tres centavos de sensatez y visión de Estado estaría preocupada por el procedimiento de consulta denunciado por Estados Unidos y Canadá en contra de México que pone al Tratado comercial de América del Norte en condición terminal.

No López Obrador, él sólo ve ¡otro anillo al dedo!

No ve riesgo ni consecuencias. Nunca México ha estado en su horizonte; sólo ve medro político, como con la pandemia.

Sin importar el derrotero de la nave, ve oportunidad de motín, así sea él el capitán y el timonel. Él, que tanto le gusta criticar a Santa Anna, es igual que aquel: se da autogolpes de Estado para victimarse y revivir la lucha del poder que es lo único que le interesa y sabe hacer. Es como el alacrán a la espalda de la rana a la mitad del río que, sin importar su suerte, pica al batracio por naturaleza así le vaya de por medio la subsistencia y el destino. No tiene puerto de arribo, solo tormentas patrioteras, propias de quien alardea excesiva e inoportunamente de un falso patriotismo.

Para López Obrador el conflicto comercial que puede regresar a México a la época de las cavernas y a la economía de la colonia, es una oportunidad de enardecer a sus huestes e inflamar en ellas amenazas extranjeras solo equiparables a las de Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas; ocasión para ¡qué mejor!, codearse con ellos, adoctrinar con sus historietas polarizantes; despertar “patrioterismos” de mueran los gachupines, el invasor norteamericano, el ejército francés y su emperador austriaco, los conservadores y latifundistas, los Chacales huertistas y las petroleras inglesas. De paso Colón, Cortés, Iberdrola, Calderón, el neoliberalismo y Salinas de Gortari, más lo que se le cruce en sus diarreas mañaneras.

El derrotero está planteado desde la semana pasada. No se trata de la puntual y documentada violación a cuatro artículos del tratado que jamás leerá a sus ciegos feligreses. En lugar de ello, leerá hasta la demencia artículos constitucionales que nada tienen que ver con las denuncias, pero inflaman su patrioterismo de Zócalo alcoholizado y fuegos pirotécnicos al que grita envuelto en la bandera nacional: ¡Viva México cabrones!, al tiempo de señalar al “más si osaré” un extraño enemigo, ese que arrasó la gran Tenochtitlán, nos robó la mitad de nuestro suelo patrio, impuso a un emperador austriaco, encasilló al campesino, mató a Madero, robó nuestro petróleo y malgastó nuestras esperanzas.

¡Qué mejor que revivir estas gestas epónimas con las que sólo él puede equipararse!

Gestas que le dan escenario, narrativa y enemigo para transitar hasta el 24 sin distraerse en bagatelas como la realidad y crisis de México. Y posiblemente para más, porque si la patria está bajo acecho, cómo correr el riesgo de unas elecciones bajo un INE capturado por los conservadores entreguistas y traidores, y contra quien curiosamente desató ayer la final embestida o, peor aún, quién, si no López Obrador, podría hacer frente a los grandes enemigos externos e internos de México. Por eso ayer anunció desde Guadalajara, Jalisco, que el 16 de septiembre alzará al pueblo en defensa del ‘extraño enemigo’: “mexicanos, al grito de guerra, el acero aprestad y el bridón, Y retiemble en sus centros la tierra al sonoro rugir del cañón”, que al fin y al cabo “un soldado en cada hijo te dio”.

¡Solo le falta la virgen de Guadalupe!, pero no le demos ideas.

No deja de ser curioso, ayer cantaba “Uy, qué miedo”, hoy convoca al 16 de septiembre, con el ejército marchando por las calles, a la última defensa de la patria. Genio y figura.

Además, así está asegurado: mientras más mal le vaya a México más será culpa del exterior, como hoy, que todo, dice, se debe a la pandemia y a la invasión —bueno, él le llama guerra— de Rusia a Ucrania. Si no fuera por ello, estaríamos en jauja.

Pierde el tiempo quien quiera llamarlo a la cordura, seriedad y realidad. Para él, México es una ficha en el tablero de su ascenso mesiánico, y todo redentor requiere de demonios, infiernos, infieles y apostatas. Traidores, les llama él. Extraños enemigos, pronto dirá con la mirada perdida en la historia.

Y seguirá jugando al “Uy, qué miedo”, mezclando todo para que nadie sepa jamás de qué se nos acusa. Jamás leerá en su pantalla mañanera el texto de los cuatro artículos del Tratado que se nos acusa haber violado, nunca develará el fondo de la litis, embrollará todo en el puchero de su historieta patria y engañará con amenazas que solo existen en su delirio desbocado. Por el contrario, centrará el asunto en una soberanía en peligro, pero desde dentro y en su ansía patriotera, delirante y extraviada de héroe de estampita de caja cereal.

Veremos como ante el rigor de la realidad extremará su falso mesianismo patriotero, se regocijará en balandronadas (obra de fanfarrón y hablador que, siendo cobarde, presume de valiente), de “buleador” de débiles o “apergollados”; se revolcará en mentiras y despropósitos, rasgará las pocas vestiduras que cuelgan de sus desvergüenzas y llevará a México hasta el cadalso si le conviene para conservar la veneración, ceguera y postración de su claque.

Nada bueno nos espera en esto del tratado de libre comercio. Aceptémoslo, habrá de convertirlo en una falsa justa justiciera hacia la nada. En otro anillo al dedo.

Esta crisis es para él el clavo ardiendo al que se va a colgar antes de caer finalmente en el basurero de la historia, no sin antes refundirnos primero en él a nosotros.

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