El pragmatismo se ha adueñado de la política. Si bien la política es acción, el imperativo de actuar debe seguir al previo de comprender; el paso que media entre uno y otro, y su necesaria secuencia, marcan la diferencia abismal entre la política como ocupación, empleo, lucha o locura y “lo político” como categoría trascendental del ser humano.
Hoy la política se reduce al poder, a su conquista y conservación. En torno a ello los partidos han levantado un mundo alterno e inhóspito; una economía depredadora, una ética elástica y una racionalidad irracional.
Sabemos todo para luchar, ganar y conservar el poder, pero muy poco de hacerlo efectivo. No terminamos de cerrar los procesos electorales cuando ya tenemos la mira puesta en la próxima elección. La democracia dejó de ser un medio civilizado y civilatorio de convivencia y gobierno para reducirse a mero instrumento electorero.
Lo primero que debemos hacer es regresarle al poder su papel instrumental de servir para hacer efectivo y eficiente el gobierno; se deriva poder a ciertos sujetos para que cumplan funciones públicas de Estado, no para que hagan de la lucha por el poder la única razón de la vida en sociedad. Gobernar es solucionar problemas de los hombres y mujeres en sociedad, no perpetuar el conflicto electoral.
La razón de ser del Estado y, por ende, del gobierno y del poder que se le otorga, son las personas, no el poder por el poder. Menester es recuperar para la política los valores que la explican y justifican: libertades, derechos, seguridad, solidaridad, justicia y dignidad humana, sin ellos queda solo la ley de la selva, la sinrazón.
La política de la confrontación, la polarización como forma de gobierno, el estigma del otro como enemigo irreconciliable, niegan lo político en tanto ámbito de intermediación y la diferencia, de aquello que media entre los hombres y los distingue de la masa. Lo político une a los contrarios, construye acuerdos, tiende puentes, hace posible la convivencia y sobrevivencia de todos en un grupo humano; no funde, diferencia.
Nuestros problemas no son por la política, sino por su debilitamiento y prostitución.
Y esto tiene todo que ver con la forma como abordamos todo tema político, bajo la tara priísta del tapado salvador como forma de procesar el transito al poder, en lugar de discutir para qué debe servir el poder, cómo debe servir y cómo hacer para que verdaderamente nos sirva. Qué esperamos del gobierno, cómo hacerlo efectivo y responsable; no quién vendrá, otra vez, a salvarnos.
Hoy se legisla para fortalecer a un gobierno ineficiente e ineficaz, a costa incluso de la salud misma del Estado y de la sociedad; se trastoca el régimen constitucional y se hace de la propia Constitución un batidillo de ocurrencias y contradicciones. Nadie está viendo por las personas, sus libertades, derechos, dignidad, bienestar.
Y mientras eso pasa, bailamos el baile de las corcholatas y de las mañaneras.
Empecemos por preguntarnos para qué sirve el Estado, por qué los seres humanos somos gregarios, qué funciones tiene el gobierno, por qué se les encargan a ciertos sujetos y cómo deben de ejercerlas y garantizárnoslas. No quién es la corcholata más aplaudida y la alianza más colorida.
Elegir un gobierno no es entregarle en propiedad ad perpetuam el país, es encargarles por tiempo determinado la atención y solución de nuestros problemas como sociedad organizada y normada en Estado.
Hacer del poder gobierno y del gobierno resultados positivos para las y los gobernados y mandantes. Olvidémonos de la política y regresemos a lo político.
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