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Escuchaba hace unos días a Gilberto Lozano criticar la política aduciendo que nada produce: ni un nopal, ni un refrigerador. Su confusión es propia del desdibujamiento de lo político que priva en la modernidad, porque la política no tiene porqué producir ningún bien de consumo (nopal), ni de uso (refrigerador). Tampoco le corresponde a la política prestar ni administrar servicios públicos ni apoyos sociales, que son del ámbito de la administración pública.

De hecho, debiéramos empezar por diferencias la administración pública de lo político y al administrador y funcionario públicos de los políticos. No hay aberración más grande que hablar de políticos profesionales. Empezando porque lo político no es profesión ni es profesionalizable. El profesionista profesa, es decir tiene un sentimiento o una actitud hacia algo o alguien; ejerce un empleo, facultad u oficio y por ello percibe una retribución. Pero, además, porque lo político no es algo instrumental, ni utilitario. Lo político no entra en el mundo de la causalidad (causa y efecto), ni en el teleológico (medio y fin). Lo político no es propio del mundo de la necesidad, es decir que se satisfaga o gratifique con algo objetivable (bien o servicio). Lo político es un fin en sí mismo, se cumple, perfecciona y colma en cuanto es. Pero, ¿qué es lo político? ¿Dónde y cómo se manifiesta? ¿Cómo la reconocemos y evaluamos?

Las respuestas son de la mayor importancia, toda vez que la mayoría de sus ataques proceden de una esparcida incomprensión y aún más injusta exigencia de aquello de lo que no le corresponde dar o resolver. Y, sin embargo, lo político, siéndonos tan desconocido y lejano, nos es tan propio y a la mano, y por ello tan peligroso para el poder, y por lo que es objeto de un desdoro y desnaturalización en los que, sin saberlo, nos jugamos lo humano.

Lo político es un espacio de intermediación. Pongamos, una especie de mesa alrededor de la cual nos sentamos los ciudadanos. Un espacio que nos une, ubica, distingue y separa. Pero no solo un espacio intermedio, sino intermediado, es decir, que, además de mediar como ubicación en el espacio, media actuando para concitar y construir acuerdos y acción.

Empecemos por distinguir confluir de intermediar. Confluir es fluir con; una condición de tiempo, lugar y movimiento: dos ríos confluyen, confluimos en el tráfico; en un estadio confluyen espectadores en el seguir con la vista pelota, jugadores y marcador; la masa confluye en la inercia de la mayoría. En una acera confluyo con quienes por ella caminan y en una esquina con quienes la cruzan. Los obreros en la fábrica confluyen en la línea de producción, como los trabajadores de un juzgado y justiciables confluyen en un proceso judicial. Pero la confluencia por sí sola no intermedia, menos concita acuerdos ni unidad de acción. La intermediación requiere de un espacio, espacio público y en público, es decir, plural —de muchos— y a la vista de los presentes. Dicho espacio es físico, llamémosle terráqueo, pero también común: mundo. Mundo objetivado de artificios: ciudades, casas, utensilios y máquinas; y mundo intersubjetivo, de relaciones humanas, valores, fines, cultura y política. Espacio horizontal, que iguala políticamente a los naturalmente desiguales para intermediarlos, a diferencia de las relaciones de poder donde —verticalmente— uno(s) manda(n) y otro(s) obedece(n).

Pero, qué se intermedia en ese “ser—entre”: un discurso y una acción. El discurso expresa pensamientos y ejerce libertad en una pluralidad que se desdobla en una deliberación y en un juicio o decisión. Discurso y juicio son previos a la acción. La acción es una actividad humana, pero no para satisfacer necesidades vitales (labor) en metabolismo con la naturaleza (consumo); ni para producir (trabajo), bienes de uso y utilidad); actividades que, además, las puede realizar el individuo en soledad. El discurso y la acción son siempre en pluralidad y en público; por ellos el sujeto aparece, es visto y es oído y a su vez ve y oye a los demás. Por eso discurso y acción son siempre perfomativos y demandan virtuosismo, por eso nuestros viejos enseñaban que en política la forma es fondo: no sólo debe ser virtuosa en sus méritos, sino en ejecución.

Por el discurso y la acción se da un comienzo. Todo comienzo político es producto del pensamiento y de la libertad. Libertad y pensamiento que se expresan y explicitan por el discurso y que es la materia prima y previa para el juicio y para la acción. Discurso, juicio y acción son en plurales y en igualdad. En el momento que uno impone su discurso y su acción sobre las libertades de los otros ya no hay pluralidad ni libertad, salvo la del que la se impone unipersonalmente.

Decía que lo político no produce bienes, ni productos, ni artificios, ni servicios; produce sentido. La deliberación procesa lo plural y el juicio procesa un decisión plural, no necesariamente única ni monolítica y menos infinita. Renán decía que la Nación es un “plebiscito de todos los días”. Ese juicio, decisión o plebiscito otorga sentido a la acción. ¿Quién acciona? El individuo, pero lo hace con un sentido plural, deliberado y construido.

Regresemos a los nopales y refrigeradores. Lo político no se encarga ni de la labor ni del trabajo, se ocupa de la acción que es siempre plural, responde a la libertad y se expresa en discurso y acción de los hombres. Unidad de acción efectiva que se expresa silenciosamente en un ámbito y un ambiente —espacio y clima— que permiten la convivencia, la labor, el trabajo y la misma acción.

Cuando la comunicación de masas impone una conversación e interpretación únicas, sé es en un mundo cotidianizado, estable, donde “la distancia, la medianía y la nivelación” (Heidegger), propias de lo plural desaparecen y un discurso único “controla todas las formas en que se interpreta el mundo”, mundo que se oscurece y termina en sus tinieblas por proyectarse como algo conocido, familiar, accesible e inmutable, una especie de corral donde a las mascota se les da de comer por una sola mano en canal.

Así, ¿qué debemos esperar de la política? Un espacio intermediado en igualdad de condiciones de libertad y pluralidad. La mesa a la cual sentarnos civilizada y solidariamente; el ámbito para generar la concordia entre los hombres; el perímetro para ser visto y oído, y para ver y oír; el escenario del discurso y la acción. El espacio de la Cosa Pública. Y, finalmente, un sentido. La vida biológica se explica por sus necesidades, la del trabajo por sus artificios y utilidad, la vida política por la libertad y sentido que pluralmente iluminen al mundo y a la vida humana en él. La razón y el sentido de estar juntos.

Cuando estar juntos es solo subsistir y producir, la vida carece de sentido. Cuando, además, nuestra razón de ser en el mundo es como instrumento de un automatismo que convierte el trabajo en labor interminable y al hombre en consumible, quedamos reducidos a un animal más, o a un insumo más, cuya razón de ser es simplemente existir, consumir o procesar. Arendt alertaba del “final del mundo común”, es decir del espacio propio del hombre, su pensamiento, libertad, palabra y acción.

Hoy en la vida pública —y en buena parte de la privada— la vida carece de sentido, no nos vemos reflejados en lo público que extraña, a su vez, de una conversación y donde se impone una sola visión y narrativa que, además, impide la acción. Todo es espectáculo y ruido, tinieblas y confusión, miedo.

¿Por qué? Porque ha desaparecido el espacio de intermediación al confundir lo político con la administración de lo cotidiano, cercenar nuestros espacios para ser vistos y oídos y ver y oír, para desplegar nuestra libertad, para dar sentido a nuestro existir; nos han cambiado la libertad por supuesta satisfacción de nuestras necesidades, cuando en realidad lo único que recibimos es espectáculo y terror paralizante. “¿El INE no se toca? Se toca y se desaparece”. “¿Oposiciones, Bloque de Contención, División de Poderes? ¿A mí? Miren en qué convierto sus instituciones que, por cierto, desde hace años mandé al diablo”.

Nos han reducido a mascotas y rebaño. La libertad es consubstancial al hombre, pero requiere de un espacio y un tiempo para ser; sin ellos la libertad y el hombre corren a su destrucción, si no biológica, sí humana. Podremos subsistir como especie, pero ya no con características humanas, sino que, como los dinosaurios, de nosotros solo quedarán rastros y descendientes atrofiados por una evolución que nos truncó en entropía en el juego de los infinitos de Pascal.

Por eso es tan importante recuperar la política como lo qué es, espacio público intermediado de hombres libres, pensantes, discursantes y actores. Si me apuran mucho, lo que debiéramos pedirle a lo político es la conservación de un mundo humano. Salvar lo humano.

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