Hay en toda pornografía una “profanación”. Partamos del vocablo profanación: “tratar algo sagrado sin el debido respeto, o aplicarlo a usos profanos”. Para Agamben, es un restablecimiento del uso de cosas que los dioses previamente habían sustraído del uso general y reservado solo para el de ellos. Hay en este renovado y profano uso una negligencia consciente de “cosas separadas” (Agamben). Para él (en “Profanaciones”), toda forma de separación carga en sí misma “un núcleo genuinamente religioso”, de allí que sea necesario un proceso de “securalización”. Así, sostiene, el museo es una forma secularizada del templo, porque en él se separan cosas también sustraídas al uso libre que antes sólo se encontraban en los templos. Por igual razón, el turismo es una forma secularizada del peregrinar por un mundo convertido en museo.
Agamben enfrenta la secularización a la profanación, pero, si bien las cosas separadas han de hacerse de nuevo accesibles al uso libre, su tesis de secularizarlas deja fuera aspectos que no pueden abordarse exclusivamente bajo la perspectiva religiosa. El museo expone, al igual que el templo, pero lo hace aniquilando el valor cultural de la cosa en favor de su sola exposición; museo y templo se distinguen por la presencia del culto y el rito en el segundo (Byung-Chul Han). Así, peregrino y turista difieren en que el segundo viaja a “no lugares”, mientras que el primero está ligado a lugares que, como decía Heidegger, están ligados a lo divino y hacen posible el habitar humano; lugares que constituyen historia, paisaje, memoria e identidad. Por ello, sostiene Han, en lo lugares turísticos “desfilamos sin demorarnos”. Poco nos dicen y menos entendemos.
Y es aquí donde la máxima reyesheroliana de que “en política la forma es fondo” no podría venirnos más como anillo al dedo.
La simple exposición, por más extendida e intrusiva que sea, expone sin comunicar y, al hacerlo, sólo profana la desnudez: “Es la indiferencia descarada (sin rostro) lo que las manequins, las pornostar y las otras profesionales de la exposición deben, ante todo, aprender a adquirir: no dar a ver otra cosa que un dar a ver (es decir, la propia absoluta medianía)”, tan propio de nuestros especímenes de la política espectáculo. Las mañaneras son la exposición por la exposición misma. “De este modo, continúa Agamben, el rostro se carga hasta estallar de valor de la exposición. Pero precisamente por esta nulificación de la expresividad”, alegamos nosotros, penetra lo pornográfico, porque ya todo está siempre al desnudo. Exhibido como un medio más allá de toda expresividad concreta.
Habrá que explorar las manifestaciones inconscientes de la exhibición pornográfica en las conductas y relaciones por las que hoy se tiene sujeto a Trump a juicio, pero con independencia a ello, no podríamos encontrar un ejemplo más paradigmático de la pornografía de la política que dicho personaje y, tras de él, tantos otros especímenes que sin exhibición diaria y delirante simplemente no serían.
Y es el mismo caso en el juego de las corcholatas y sus oposiciones: “la desnudez, como exhibición, sin misterio ni expresión”: la desnudez pornográfica. (Han). La cara pornográfica es una que no expresa nada, “carece de expresión y misterio”, de secreto, de enigma (Baudrillard). A diferencia de la pornografía, el erotismo “nunca está libre de misterio”. Así, el rostro cargado solo de exposición y para la exposición misma no promete “ningún uso nuevo, colectivo de la sexualidad (…) es obscena y pornográfica toda cara desnuda, carente de misterio y de expresión, reducida exclusivamente a estar expuesta” (Agamben).
Para Han, “la profanación se realiza como desritualización y desacralización. En la actualidad desaparecen de manera creciente los espacios y las acciones rituales. El mundo adquiere rasgos cada vez más marcados de desnudez y obscenidad”.
El Ágora no era solo un lugar (templo) de reunión, como el mercado, allí se reunían en círculo, como lo muestra Homero en la Ilíada, los hombres libres a de-liberar sobre los asuntos públicos en igualdad de condiciones. Como todo en política, era un rito a honrar, una forma que llenar, un proceder a seguir para construir en la pluralidad un pensamiento y una acción políticos. El espacio y el momento estaban revestidos de forma y de fondo. Hoy, en cambio, todo espacio y todo tiempo políticos sólo están llenos de exhibición.
Por supuesto que Agamben habla de erotismo, no de política, pero “Eros es, de hecho, una relación con el otro que está radicada más allá del rendimiento y del poder” (Han), y, por supuesto, mucho más allá de la simple sexualidad, por eso “el capitalismo intensifica el progreso de lo pornográfico de la sociedad, en cuanto lo expone todo como mercancía y lo exhibe” (Han). Nuestra exhibición en las redes, sin exponer partes pudendas, es en mucho pornográfica; la de las corcholatas y Creel, por mencionar tan sólo a uno de sus lastimosos reflejos, también lo son.
Y así como la pornografía disritualiza el amor, así desritualiza y desnuda de todo misterio y de toda expresión a la política. La vacía, ya ni siquiera en espectáculo, sino en exhibición.
Es Eros quien impulsa el alma para hacer cosas bellas y de valor universal. Eros impulsa el deseo, la valentía y la razón, pero hoy la política carece de valentía, de deseo y de razón, ya no se diga de belleza. Es un mero trabajo, una ocupación, cuando no mera impulsividad patológica. Tal y como hemos substituido el erotismo por la pornografía, así, en una sociedad de cansancio y de seres aislados en las redes, hemos perdido la valentía y es imposible una acción común (política), un nosotros. (Han). Sólo sabemos exhibirnos, no verdaderamente deliberar, menos accionar en conjunto.
Para Badiou existe “una resonancia secreta” que surge entre una vida por completo comprometida bajo el signo de una idea política, por un lado, y la intensidad que es propia del amor, por otro lado. Son como “dos instrumentos de música completamente distintos en su timbre y en su fuerza, pero que, convocados por un gran músico en el mismo fragmento, convergen misteriosamente”; la acción política, añade Han, en tanto “un deseo común de otra forma de vida, de otro mundo más justo, está en correlación con el Eros en un nivel profundo”. Y continúa: “el amor es una escena de dos. Interrumpe la perspectiva de uno y hace surgir un mundo desde el punto de vista del otro o de la diferencia. La negatividad de una transformación revolucionaria marca un camino de mayor como experiencia y encuentro”.
El acontecimiento, dice, “es un momento de verdad que introduce una nueva forma de ser, completamente distinta a lo dado, a la costumbre de habitar (…) interrumpe lo igual a favor de lo otro. La esencia del acontecimiento es la negatividad de la ruptura, que da comienzo a algo de todo distinto”.
Lo pornográfico profana lo habitual, pasando de habitar a exhibir. Tal es nuestra política hoy, una casa inhabitada e inhabilitada, un no lugar, ni calor, ni pertenencia, ni deseo, ni valentía, ni razón, ni acontecimiento. Sin el otro y sin el Yo. Solo algo que se exhibe sin exhibir nada.
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