Para no ser bodega, el corazón de López Obrador guarda en él, sin embargo, bajo los siete sellos del arcana imperii información que debiera ser pública, como por ejemplo su estado de salud o la información de sus elefantes blancos guarecida bajo la excusa de una seguridad nacional que no es segura ni nacional.
Me queda claro que para él no es un problema de verdad o mentira, toda vez que para un delirante, como es su caso, esa diferencia no existe, se puede ser y no ser al mismo tiempo sin ningún prurito, así se puede desmayar sin desmayarse, rifar un avión sin rifarlo, inaugurar obras que no funcionan, enfrentar guerras que no existen, tener un pinche aeródromo aislado de todo y sin vuelos como el mejor aeropuerto del mundo, prometer una salud mejor que la danesa sin tener, siquiera, medicinas o sistema de salud.
Así que para él no es un problema de conducirse con verdad, sino de dar cuerda suelta a su delirio, por eso puede tener un corazón que no es bodega y en los hechos ser el gobierno que mayor información oculta, aún bajo una legislación de transparencia y rendición de cuentas. Puede o no tener problemas de salud. No lo sabemos. ¡Y eso es lo más grave!
Para él no es un problema de Parreshía (compromiso con la verdad) obligada a todo gobierno de sí y de los otros, sino de manejo de su delirio que, como decíamos ayer, va esparciendo su trastorno conductual sobre todos nosotros hasta sumergirnos en su mundo irreal. Lo importante no es estar enfermo o sano, sino jugar con la narrativa de los hechos y con la información para desquiciar la conversación pública en una tormenta entrópica y permanente en el vacío de un abismo sin destino.
Ese es el problema, al menos en el caso de su salud. No existe previsión legal alguna que obligue al gobierno a hacer pública la salud del presidente, menos las disposiciones a proceder en caso de que ésta lo imposibilite para gobernar en condiciones de seguridad para sus mandantes políticos y la sociedad en su conjunto.
Eso es lo que debiéramos estar discutiendo, no su victimización en gran parte construida con vacíos, contradicciones, medianías y falsedades en la comunicación pública del Estado mexicano y la errática conducta y acompañamiento, aún más peregrina, de su equipo cómplice y obsecuente.
No faltará quien me diga que dichas previsiones legislativas, en su caso, de nada servirían porque para él la ley no es la ley y la lluvia no le moja, que las violará como hace con las vigentes, o bien que en la mezquindad y enanez de nuestros políticos dicha legislación sería utilizada como arma política para tratar de tirar al electo aún antes de tomar posesión o para hacerle imposible gobernar a lo largo de su seis años.
Como sea, es ésta una asignatura pendiente que, gracias a las circunstancias imperantes, deberemos resolver cuando recuperemos a México —de quedar algo— para no repetir este infierno de ser gobernados por y en la locura.
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