No sé en que momento la política se volvió un concurso entre coleccionistas. Coleccionistas de hombres y de mujeres, de nombres y de famas. Lo importante pasó a ser la adquisición, no lo adquirido. Los gringos le llaman “namedroper”, algo así como “persona que presume con nombres y relaciones”, en lugar de ideas y proyectos; y los exhibe como adquisiciones y pertenencias, como trofeos de caza. No ponderan honras, ni aquilatan pasados; no se refieren a sus capacidades y méritos, todo es botín y blasón. En el fondo, nada se trata del coleccionado, sino del coleccionista.
Para éste, todo es un problema de número y de variedad: juntar más y lo más heterogéneo posible: asociar antípodas, no dignidades, no capacidades, no voluntades, no propósitos. Menos acciones, porque no los coleccionan para que hagan, sino para que luzcan en aparadores y escenarios.
El problema del coleccionista es que atesora sin orden ni concierto, porque, repito, no se trata de qué coleccionar, sino de coleccionar; lo que sea y como sea. El coleccionista es un consumista que no se sacia con lo coleccionado, sino que ello le dispara nuevamente su apetito irrefrenable y acaparador. De allí que a veces, en la indistinción y voracidad, coleccione a sus peores enemigos, errores y costos. El término correcto del acumulador compulsivo es silogómano.
Y, así, a diferencia de los partidos “Catchall”, cacha todo; hoy no se cacha ni se conserva ni se acrecienta, porque lo importante es performar el momento efímero y estelar de cada nueva colección; colección y performance que se diluyen al momento, como una gota de tinta en agua.
De allí que nuestros partidos desde hace mucho sean vacíos siderales de idea, pensamiento, proyecto, programa y militancias. Mientras que por su lado la sociedad, ansiosa de organización, conducción y participación, solo ve en ellos un oligopolio de taxis destartalados para llegar a candidaturas abiertas a ningún propósito y a ningún compromiso, pero eso sí, obligadas al voto ciego y castrante del “Party wip”, el látigo de la dirigencia.
En esta ecuación de candidaturas silvestres y partidos cascarón, lo importante es llegar “haiga sido como haiga sido”, sin necesidad de pensamiento ni proyecto político. Para uno lo importante es asegurar cargo, dieta y fuero; para otro, garantizar y acrecentar prerrogativas: lana.
Hoy nuestra democracia es una lucha por candidaturas ciegas: a lo que sea, porque lo que importa es el espacio de poder, no el poder como posibilidad de hacer, porque no se quiere hacer; se quiere llegar, les urge estar.
Sí, nuestros partidos son coleccionistas de nombres amontonados en colecciones fugaces y mediáticas que cada vez dicen menos a la Nación. Areneros donde sus coleccionados juegan a la política chiquita, berrean y se mecen los cabellos, mercan colores, exhiben desvergüenzas e intercambian pañales. Donde los candidatos son aspirantes a todo y a nada, a cualquier lugar, a toda ignominia.
¿Y así sueñan con salvar a México!
La pregunta es para qué.
¿Alguien piensa en un Congreso digno, funcional y capaz?
Parafraseando a un clásico: si hay coleccionistas y colecciones de nombres, es que hay nombres coleccionables… ¡Y huipiles!