Dos niños —por suerte ya liberaron del oprobio a la bebé— juegan a la política extraviados en su mundito digital, orgásmicos entre aplaudidores que aplauden a aplaudir, posando a la intrascendencia que no genera más compromiso que la sonrisa fingida del momento y cantando en su calabaza convertida en Tesla.
Hasta que el dueño del circo o su ama de llaves les truenen los dedos.
No, no todo lo que brilla es oro. México es mucho más que un Happening. Nuevo León no es sólo escenario ni merece escarnio. La realidad es muy necia y termina por imponerse, las más de las veces dolorosamente.
El Congreso es otro poder y otra legitimidad. Dejar de encargado a quien ha acreditado ser incapaz para hacer política y construir acuerdos es echarle gasolina al fuego. No es sólo un problema de ley, es de sentido común, de sobrevivencia; de ¡gobernabilidad! ¿O acaso todo acto de autoridad tendrá que dirimirse en tribunales?
Y no, el juego del poder es todo menos alegre. En él no caben los cuentos de hadas ni los sueños incautos ni los días soleados. Los caminos de México igualan todo calzado y todo calcetín.
El dolor de México no es festivo, merece respeto.
La realidad no es suave ni es grata. Decía Hesse: “sabe a insensatez y a confusión, a demencia y a sueño: como la vida de todos los hombres que no quieren seguir mintiéndose a sí propios”.
La alegría es una aspiración, no un derecho. Quien vende y promete alegría será demandado por su incumplimiento. Pero ¿cómo garantizar una aspiración?
Son tiempos de consistencia y seriedad. Son tiempos de lacerante realidad. No veo a la batucada ni a las calcas en las colonias siniestradas de Acapulco, en sus montañas de basura y muertos insepultos y sin registro; en las masacres de Chiapas, en los hospitales sin medicinas, en las combis asaltadas, en el hambre, en el erial ejidal, en las fosas clandestinas, en la enfermedad, en la costra, en las barrigas infantiles hambrientas e inflamadas, en el miedo, en la mujer violada, en el migrante, en la orfandad, en el desempleo, en la angustia.
Hay regado demasiado odio, rencor y rijosidad como para bailar en la insensatez.
Es tiempo de empatía y de compasión. Son tiempos de duelo y apremio.
México merece respeto.
Publicado en LFMOpinión.
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