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El parteaguas del nuevo proyecto de nación que vive México es producto de la crisis dentro de una crisis occidental.

Es el fin de ciclo del capitalismo financiero, que no del sistema capitalista, que se fue forjando desde 1973 con el repudio del dólar al tipo de cambio fijo con el oro.

En paralelo, corrió progresivamente la desregulación financiera, el déficit de la balanza comercial de Estados Unidos, la libre movilidad del capital con la dominancia del dólar como moneda de reserva y cambio.

La culminación fue la globalización productiva, comercial y financiera, con preeminencia de ésta última sobre la primera. Así, el capital se fue reproduciendo por la vía financiera y no productiva, siendo el paradigma de ello Estados Unidos al haber desarrollado a China como su taller de producción originalmente.

De tal análisis estuvimos y estamos ajenos y sin luces.

Baste decir que nuestro país es real y estructuralmente una economía se servicios, en casi el 70 % del Producto Interno Bruto (PIB), en la que los servicios financieros juegan un rol creciente. En tanto alimentariamente dependemos cada día más de las importaciones; solo en granos este año importaremos 24 millones de toneladas de maíz.

De igual forma, la principal fuente de utilidades de al menos dos de los más grandes bancos internacionales españoles, y gran comprador mundial de china, y hasta de café de Vietnam y de otros productos más de Bolivia, gracias a nuestra política comercial, frente a nuestras exportaciones superavitarias con estados unidos.

La crisis del ciclo financiero, iniciado en 2008-9, está llevando a una recomposición productiva mundial que habremos de desperdiciar, misma que fue prevista desde 2012, llamada Nearshoring y originalmente en México denominada como regreso al vecindario.

Así, la oportunidad económica que el TIC y ahora el T-MEC nos representó, terminaremos destruyéndola. Dado que no hay economía sin política.

Mientras se seguirá creyendo que el gasto público per se y sin financiamiento crea riqueza. La realidad existe más allá de datos y preferencias personales, factualmente la nuestra está en las miserias de más de 60 millones de mexicanos, integrada por más de 30 millones de quince años y más sin educación básica completa y otros tantos limitados en sus capacidades físicas y/o mentales, originalmente por una falta de adecuada alimentación. Así, los fuegos fatuos de la política y de la partidocracia de este siglo habremos de sufrirlos en sus consecuencias reales en los próximos lustros.

Esperemos que ese lapso sea corto.

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