En defensa de los partidos, Manlio Fabio Beltrones criticó a los políticos que los utilizan como taxis para llegar al poder. En el fondo su crítica pegaba, por igual, en el sistema de partidos y en las formas de hacer política.

Desnaturalizados de los organismos que estudió Duverger el siglo pasado, los partidos en el mundo entero viven una larga crisis terminal. Sobreviven por tres razones: porque no hemos sido capaces de hallar una solución organizacional que los substituya; por el dinero que entra a sus abultadas panzas —sea público o privado, legítimo o no—; y por el monopolio que tienen de las candidaturas.

Adereza su circunstancia el hecho de tener el control de la aduana para modificar cualquier cosa que les afecte, al ser necesario procesar en los Congresos, integrados por sus personeros, cualquier cambio relativo a su existir.

En México, la crisis política que sufrimos fue larvada por décadas por una partidocracia que entiende por reforma política cambios exclusivos para su beneficio y fortaleza, en detrimento de la ciudadanía y del Estado. Lo hemos dicho muchas veces, nuestro problema es que construimos una democracia de partidos y sin ciudadanos. Parte de la problemática de los partidos en México se expresa en la ausencia de formación y capacitación ciudadana, fortaleza y organización de los militantes, y gestación de candidatos.

A los partidos en México se les dota de una prerrogativa para la educación cívica, capacitación electoral, desarrollo político, formación de ciudadanos, investigación, deliberación y divulgación. No obstante, todos sin excepción, entienden la política como el sometimiento y control político de ciudadanos, militantes y candidatos.

La política de nuestros partidos no es ciudadana, sino de clientelas: despensas, sacos de cemento, laminas acanaladas y “becas”. Por eso en cada elección no buscan a su interior los liderazgos que puedan encabezar candidaturas, sino salen a pescar artistillas, deportistas o empresarios, a rifarlas por tómbola, o, ya de plano, a entregarlas al crimen organizado.

Tiene razón Manlio, los partidos son simples taxis con licencia y exclusividad —cual sindicato de taxis de aeropuerto— para levantar pasaje en época electoral. Vehículos con el monopolio de mover candidatos.

Pero toda fortaleza es debilidad. En el pecado llevan la penitencia. Ya no solo buscan a famosos que vistan sus colores al costo y descrédito que sea, sino que han hecho de la pepena arte y modus vivendi.

Nada más que el cáncer suele hacer metástasis en el organismo y la pepena se ha extendido no solo en órgano candidaturas y elecciones, a todo el organismo del Estado.

En los congresos se empezó con la compra de votos. Los liderazgos ya no eran de políticos, sino de mercanchifles. Pero comprar votos salía muy caro y desgastante: había que hacerlo con cada legislación importante y permanentemente; así que se pasó a comprar diputados. Ahora se alquilan diputados y senadores, según las matemáticas del momento. La inventiva seguirá sorprendiéndonos, sin duda alguna.

Tal es el caso de Nuevo León. El gobierno de Samuel García ha salido a comprar lo que sea y a quien sea: alcaldes, síndicos, regidores, diputados y lo que se acumule esta semana.

Al hacerlo, muestra otra de las distorsiones de nuestro sistema de partidos y usos políticos. Con el fin del hegemonismo, nuestra vida política no desarrolló fortalezas democráticas. En vez de sublimar métodos de deliberación y acuerdos, de tolerancia, civilidad y altura de miras, vigorizó taras del corporativismo y clientelismo propias del sistema hegemónico. Con la alternancia nada cambió, los sindicatos y organizaciones agrarias y hasta empresariales se plegaron en automático al nuevo régimen, cosa similar paso con los partidos en los Congresos divididos sin una mayoría de aplanadora, en vez de fortalecer democracia hicieron de la oposición negocio. El PRI fue el primero en aprenderlo y llevarlo hasta la excelsitud en Baja California, primera alternancia, entendió que le iba mejor siendo oposición y cobrando pay per view en cada interacción con el gobierno, que haciéndose del gobierno y, con ello, de los problemas. El ejemplo cundió en una partidocracia voraz, los partidos saben que no necesitan ganar ni el gobierno ni la mayoría de los congresos para cogobernar, basta con tener los votos necesarios en venta.

Las meretrices del Verde y PT han hecho de ello un modus vivendi y befa de la política. Pero el PAN y el PRI no cantan mal las rancheras.

Y tal es el caso de Nuevo León, primero con Jaime Rodríguez y luego con Samuel García, PAN y PRI se pertrecharon con los diputados necesarios para forzar en todo momento al gobierno a negociar y, en su defecto, a someter por chantaje.

Lo cual ha llevado, en el caso del último, supongo, primero a negociar votos y luego, seguramente porque le salía cada vez más caro, a comprar diputados y alcaldes. Al fin, el presupuesto se puede usar como carnada, mazo o burdel.

Hoy el pleito sube de tono cuando ayer las bancadas del PRI y del PAN en el Congreso local, en sesión de periodo extraordinario, dejaron a un lado un trámite administrativo para aceptar la renuncia de una magistrada a la que el gobernador quiere nombrar Secretaria de la Mujer en su gabinete.

¿Y el mandato de las urnas, y la voluntad ciudadana, y las ofertas y compromisos electorales para con los ciudadanos, y la congruencia ideológica y programática, y la vergüenza?

Como la dama de Rigoleto, voluble cual pluma al viento, muda de opinión y pensamiento.

El problema será cuando al sistema de taxis partido le surja su versión de Uber.

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