Cuando el poder se acaba, se acaba para todos por igual y a veces ni el recuerdo queda. El poder es finito y circunstancial, pues no depende de quien lo tiene, sino de terceros. Tiene su ciclo, su inicio y su fin, es pasajero y está prestado, mientas que para unos dura minutos, para otros horas, para algunos más días e incluso años, pero el poder no deja de ser temporal y así comenzamos nuestra cuenta.

1.- A más poder perdido, más difícil es adaptarse a situaciones nuevas, y especialmente a vivir sin poder. O lo que es más grave, dejar de vivir por la nostalgia del poder, aunque hay quienes piensan que cuando los altos ejecutivos y políticos dejan posiciones de poder lo hacen con tanto dinero y contactos que no deben tener problemas para continuar con su vida profesional.

2.- El concepto de poder es la capacidad de un gobernante, de vencer sus adversarios, dominar sus súbditos, y perpetuarse en ese estado, y para conseguir estos objetivos, cualquier medio era justificado, por el fin a que se destinaba, de ahí la consecuencia: El fin justifica los medios, escribiría Maquiavelo. Aunque lo desean muchos, sólo es posible para unos cuantos, y sí, el camino de retorno al poder puede ser largo y a veces solitario, pero luego de enfrentar la negación y algunas desilusiones, está lleno de muchas victorias y redescubrimientos valiosos, sobre todo a nivel de la vida familiar y el espíritu, a veces olvidados en la cumbre.

3.- Resulta difícil situarse, replantearse la identidad, volver al llamar y enfrentar situaciones como llamadas no respondidas, invitaciones que no llegan, puertas que no se abren como antes y darse cuenta de que uno tiene muchos menos amigos de los que esperaba. Tan sólo no tener que hacer colas ni esperar al teléfono, cargar maletas, buscar estacionamiento o esperar a alguien, sumado al respeto que el cargo, infunden terceros, tener opinión que otros oyen, mando que otros acatan y halagos u otros parabienes propios de la función, generan un entorno muy seductor en el que es fácil sentirse superior.

4.- En las distintas organizaciones, sean en el ámbito público, social o privado, se presentan señales de alerta sobre riesgos inminentes en las posiciones de alto nivel que no todos reconocen a tiempo como el acercamiento del fin del ciclo: Falta de empatía; la llegada de un directivo nuevo; incertidumbre sobre el futuro o sobre la ejecución de proyectos; las malas relaciones públicas; no ser invitados a reuniones; renuncias de personal clave; absorciones, funciones o adquisiciones; o, no alcanzar las metas.

5.- En la función pública, somos los ciudadanos quienes elegimos a nuestras autoridades y ellas a su vez designan a sus colaboradores, quienes también ejercen una cuota de poder: el poder de servir o de servirse del poder, pero cuando esto se acaba, solo quedan los logros fruto del servicio realizado y la satisfacción del deber cumplido. Mientras que el poder se extingue, desaparece, la vocación de servicio trasciende, dignifica, legitima y prestigia. Quien ostentando un cargo público usa el poder para servirse de él es un déspota, quien lo usa para servir a la ciudadanía es un servidor público.

6.- A veces, el poder ciega y se pierde la perspectiva de a quién o a quienes ser leal, el reto es mantener una actitud de aprendiz permanente, aun cuando el medio que lo rodea y la posición que ostenta lo haga sentir a uno por encima del otro, en conocimientos, experiencia o calidad de decisiones. Aquí es donde la soberbia inutiliza y la humildad se potencializa, por lo que quienes comprenden que el poder es para servir, logran resultados medibles, que agregan valor, comprendiendo siempre que el poder está dado para servir a muchos, con coherencia, ética y principios.

7.- En Durango, ya comenzó la transición del poder, encabezará la Comisión de Entrega Recepción en la Secretaría de Finanzas Marcela Andrade, proveniente de un despacho especializado de la ciudad de México, una mujer que laboró hace años cerca del entonces Secretario de Hacienda y después asesor del gobierno de Jorge Herrera Caldera, Luis Videgaray.

Y es que, cuando el poder se acaba, solo queda la persona; a veces hay que volver a ser, dejar a un lado soberbia, traiciones y fraudes cometidos, porque quien se crea simbiosis con el poder, corre el riesgo de no regresar.

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