El problema de López Obrador es que las cosas sólo suceden en su delirio; llámense aeropuertos, refinerías, lucha contra la corrupción, seguridad, economía; todo para él es percepción y deseo.
Tal es el caso de la Guardia Nacional.
Me explico. La Guardia Nacional no existe en tanto órgano civil de naturaleza policial, con capacidades de vigilancia, seguridad, información, investigación, criminalística, periciales y eficacia en el combate a la delincuencia y al crimen organizado.
Hay, sí, una entelequia administrativa compuesta casi en un 80% de militares prestados por las Fuerzas Armadas, sin que en su conjunto hayan podido desarrollar capacidades policiales elementales. Hay un cuerpo uniformado, armado y motorizado desfilando sin destino por carreteras y ciudades de México, en una especie de disuasión por su presencia y, por ende, aliento tras su paso; pero no haciendo las tareas propias del combate a la delincuencia y procuración de justicia en su fase de investigación e integración de carpetas y acopio de pruebas. Por eso el miércoles, al hablar de la inconstitucionalidad del acuerdo por el que quiere integrar la Guardia Nacional a las Fuerzas Armadas, saltó sin elemento de continuidad al desfile del 16 de septiembre, que no será de soldados ni marinos, sino de elementos de la simulación de la Guardia Nacional, especializados en desfilar, mostrar sus armas y juguetes militares.
Hay, sí, un cuerpo uniformado que simula hacer las veces de una Guardia Nacional, que se reduce a pasearse uniformado y armado en sus vehículos y convoyes, pero cuando por un descuido se ve inmerso en un fenómeno delincuencial, tiene orden de no hacer nada, dejarse ofender, jalonear, escupir, golpear, patear, apedrear y salir huyendo en ignominia con la cola entre las patas.
Hemos dicho que la función hace al órgano, no la designación, el uniforme, sus aviones, condecoraciones y tanquetas, como el hábito tampoco hace al monje, ni el desfile al policía.
El problema de López Obrador es que se le acabó el tiempo de formar una verdadera Guardia Nacional que cumpla eficaz y eficientemente sus atribuciones de ley y, al no poderlo hacer, enfrenta una doble disyuntiva: o regresa 80 mil elementos a las Fuerzas Armadas y desmiembra la apariencia de Guardia Nacional que presume; o la integra completa a los cuerpos castrenses, sin que por ello resuelva su falta de idoneidad, aptitudes y actitudes para cumplir sus obligaciones constitucionales de seguridad pública.
Séneca, en su primera carta a Lucilio, habla de una porción de tiempo que se nos hurta y otra que se nos escurre; pero, por sobre ellas, “el más feo despilfarro es el producido por nuestra negligencia”.
La mayoría de los gobernantes luchan contra el tiempo, aprovechando los más de sus instantes para cumplir su proyecto y gobierno. Ya lo dijo Leduc: “Sabia virtud de conocer el tiempo”. No en el caso de López, quien puede dedicar tres horas diarias a repetir delirios y compulsiones con ansiedad propia del adicto, y tres o cuatro días a la semana a revisar tres obras que debieran supervisarlas superintendentes que, además de saber de ingeniería y construcción, se les paga para ello. Sin contar las horas dedicadas al beisbol.
Ya cerrando su cuarto año de gobierno, se encuentra que no es lo mismo disfrazar, armar y motorizar a 80 mil militares y marinos, en una apariencia de Guardía Nacional, que crear, formar y capacitar una policía profesional, sea cualesquiera su denominación.
En su delirio, se le hizo fácil pedir prestados 80 mil militares y marinos y vestirlos de Guardia Nacional; pero hoy enfrenta un conflicto de constitucionalidad, otro innecesario entre los poderes de la Unión y uno más de una seguridad desbocada sin respuesta efectiva del Estado.
Como la pandemia, ve en todo conflicto una oportunidad para saltarse las trancas, victimizarse y combatir sus molinos de viento. Qué mejor para alargar el tiempo y las distracciones, qué oportuno otro pleito a muerte con Congreso, el poder Judicial y las Fuerzas Armadas. Al menos, hoy, pocos hablan de los ahogados en una mina sin vigilancia de autoridades laborales y con contratos con CFE, ni del T-MEC en riesgo de fenecer, ni de la inflación, las masacres, ni de los contagios de COVID.
Mientras, por su negligencia, el tiempo de México se despilfarra irremisiblemente en mañaneras también sin destino.
Cada instante perdido en un gobierno es un recurso malgastado e irrecuperable; una de las peores expresiones de corrupción: la corrupción del tiempo y del sexenio, en tanto periodo de gobierno a cargo de resolver problemas.
Política es principalmente acción y obra; no sólo palabra.
La Guardia Nacional, aceptémoslo, no existe. Una simulación más.