Somos como oímos. La audición, decía Heidegger, “no solo tiene que ver con el oído, sino al mismo tiempo con la pertenencia del hombre a aquello con lo cual está sincronizado su ser. El hombre sigue sintonizado con aquello desde donde se define su ser. En su definición y sintonización, una voz le llega al hombre y lo llama, una voz que suena con tanta mayor pureza cuanto más silenciosamente se entreoye en lo sonoro”.

Heidegger no se extravía en la diseminación de la maraña de voces de Derrida, porque escucha con el corazón el anhelo del “dolor de la proximidad de la lejanía”. Siguiendo las enseñanzas del Deuteronomio (10,16), cincuncidó el prepucio de su corazón para dejar de ser terco y de escucharse solo a sí, para escuchar lo lejano.

Para Nietzsche el “genio de corazón (…) hace enmudecer a todo lo ruidoso y presuntuoso y le enseña a escuchar (…) alisa las almas rugosas y les da a probar una nueva aspiración —reposar tranquilas como un espejo, de modo que la profundidad del cielo se refleje en ellas—“.

El corazón circuncidado no habla escuchándose a sí mismo, al contrario, su pensamiento capta las vibraciones lejanas del ser y de lo acontecido, su tímpano es hetero—auditivo, educado para escuchar lo distinto. En su genialidad, Byung—Chul Han sostiene que “lo interior no es más que el exterior invaginado” salvando de paso la urbanidad en el lenguaje de géneros.

Heidegger entendió que la interioridad es el reverso de la exterioridad y, con Jung, que el “Yo” se perfila siempre frente a lo “otro”. E insiste Nietzsche: “el genio de corazón, a cuyo contacto todos se vuelven más ricos, (…) más ricos de sí mismos, más nuevos para sí mismos que antes, desatados, oreados y sondeados por un viento de deshielo, tal vez más inseguros, más delicados, frágiles y truncados, pero colmados de esperanzas que aún no tienen nombre, colmados de voluntad y nuevo flujo, colmados de nuevas aversiones y nuevos reflujos”.

Para Heidegger el anhelo por lo lejano no es un simple intercambio económico, porque lo que se recibe no se toma con las manos sino con el corazón, porque el corazón es el órgano no económico del don, por el cual lo recibido no se acumula, sino se aviene, porque el don no tiene lugar “entre unos sujetos que intercambian objetos, cosas o símbolos”, sino en la “magia de un mundo sintonizado”, donde “la exterioridad del estado de ánimo saca el corazón del sujeto y lo incorpora al mundo”.

Por eso Heidegger sostiene que “pensamiento significa, originalmente, el ánimo, el corazón, el fondo del corazón, lo más íntimo del hombre, que está lo más lejos hacia fuera y que alcanza lo más extremo, y esto de forma tan decidida que, pensándolo bien, no deja que surja la noción de un adentro y un afuera (…) Cuando el hombre se ensimisma no significa que se observe pasmado y cuide sus vivencias privadas, sino que ensimismarse significa salir a exponerse a lo existente manifiesto”.

Pues bien, en este México de desencuentros, ha llegado el momento de escuchar con el corazón, de silenciosamente entre—escuchar en lo sonoro de los murmullos. Hoy nos colma el estruendo de una sola voz y su parloteo sin descanso, pero más allá de esta barrera que nada deja escuchar hay un mundo sobre el que tenemos que ensimismarnos para dejar, a nuestra vez, de repetir nosotros los mismos parlamentos de siempre y volver incorporar a México en nuestro corazón.

Ha llegado el momento de dejarnos de escuchar a nosotros mismos y a los mismos de siempre para abrir nuestro corazón a los otros, a los sin voz, a los que sufren en soledad y en silencio. Ha llegado el momento de dar y recibir al margen de la economía que todo lo tasa; de intercambiar dones que no se acumulan, sino se avienen. Tiempo de enmudecer a todo lo ruidoso y presuntuoso, de aprender a escuchar al otro, a anhelar el dolor de la proximidad de su lejanía. De incorporar nuestro corazón a México.


Quien de noche se arranca el corazón del pecho
y lo lanza a lo alto:
ese no yerra el blanco
”.
Paul Celan

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