La selfi vino a acabar con el misterio de la fotografía analógica, con su objetividad, con su
capacidad redentora, nos dice Han. La fotografía digital “transforma los rayos de luz en
datos” y “rompe la relación mágica que conecta el objeto con la fotografía a través de la
luz”. Para él, “en la fotografía digital, la alquimia —esa ‘misteriosa alquimia de la
inmortalidad’— deja paso a la matemática. Desencanta la fotografía”. No sólo la
desencanta, la desobjetiviza: “la fotografía digital no es una emanación, sino una
eliminación del objeto. No tiene un vínculo intenso, íntimo y libidinal con el objeto. No
profundiza, no se enamora del objeto. No lo llama, no dialoga con él. No se funda en un
encuentro único e irrevocable con el objeto. La visión se delega en el aparto”.
Porque “la selfi no es una cosa, sino una información, una no—cosa”. A diferencia de las
cosas —artificios— que son perdurables en su seno y dotan de permanencia y estabilidad
al mundo humano, cosas que se dan en la historia y que junto con las acciones del hombre
hacen historia, “el tiempo digital se compone de una mera secuencia de presentes
puntuales. Carece de continuidad narrativa (discurso). Hace a la vida misma fugaz. Los
objetos digitales no nos permiten detenernos. En eso se diferencian de las cosas”.
“Las selfis, sigue diciendo Han, son ruidosas, pero su expresión es pobre. Debido al
sobredimensionamiento, parecen máscara (…) no son un testimonio de la persona. Las
expresiones faciales estandarizadas, como la duckface, ni siquiera permiten la expresión
de la persona. Con la lengua fuera y guiñando un ojo, todas parecen iguales. Nos
inventamos a nosotros mismos, es decir, nos ponemos en escena en diferentes poses y
papeles”.
En un Estado espectáculo, una política de psicología de las masas y una lamentable
circunstancia de corcholatas, vemos a un Marcelo Ebrad desdibujarse en la búsqueda de la
selfi del instante, de la que nada queda pasado éste. Porque “la selfi, desconoce él,
anuncia la desaparición de la persona cargada de destino e historia. Expresa la forma de
vida que se entrega lúdicamente al momento”, así sea éste de ignominia. Así vive y
celebra Ebrard su papel de corcholata, desapareciendo al ritmo de selfis.
Paradójicamente Han cierra su texto (Selfis en “No-cosas”, Byung—Chul Han) con el tema
del duelo, cual si se hubiese inspirado en la famosa selfi del Canciller Ebrard ante el féretro
de la Reina Isabel, que se vino a sumar al rosario de vergüenzas internacionales de la
otrora digna y reconocida diplomacia mexicana.
Pues bien, dice Han que a las selfis “la muerte y la fugacidad les son de todo ajenas. Las
“funeral selfies” indican la ausencia de duelo. Son las selfis tomadas en los entierros. Junto
a los féretros, la gente sonríe alegre a la cámara. Se contraría a la muerte con un irónico

soy yo. Pero también podríamos llamar a esto el duelo digital”, donde todos corremos a
ser datos del algoritmo y no cosas… ni siquiera corcholatas.

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