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En “El método muégano” describí la desestructuración estratégica del discurso de López Obrador. Dije entonces: “su desarrollo apiña temas, datos, proclamas, justificaciones, medias verdades, ocultamientos y propaganda sin orden alguno (…) ningún asunto se despliega en una secuencia y concatenación de planteamiento, argumento, justificación y conclusión.

“Se brinca de un asunto a otro: de seguridad a adultos mayores, a energía, a parques y jardines, a caminos de mano de obra, vacunas, Biden, remesas, turismo, huachicol y así en una infinita lluvia de apuntes sin el menor procesamiento; inconexos, dispersos, sobre los que se regresa desordenada y espaciadamente una y otra vez sin posibilidad de hilar, asociar, comparar o formar un perfilamiento de idea estructurada.

“Se busca turbar, no informar, menos explicar; saturar y extraviar, no clarificar; fatigar, confundir, apabullar con temas y datos disparados en metralleta imposibles de seguir y contextualizar. No hay visión de conjunto, sistematización ni procesamiento. Todo es una bolsa de chivera donde van mezcladas prendas, alimentos, medicinas, papeles, dinero y herramientas.

“Es el método discursivo del muégano, donde un falso y empalagoso piloncillo aglomera de chile, de dulce y de manteca”.

Sin duda nos habla de una mente desordenada y fragmentada a la que le es difícil concatenar datos, tener una visión de conjunto y contextualizar circunstancias, pero también de una estrategia de confundir, desordenar la conversación y hacer imposible el despliegue analítico.

Esa estructura mental es más que propicia para lo que en inglés se conoce como Information Fatigue Syndrom (IFS): cansancio de la información, padecimiento psíquico que produce el exceso de información. Su sintomatología es “parálisis de la capacidad de análisis, perturbación de la atención, inquietud general o incapacidad de asumir responsabilidades”. (David Lewis)

Sus mañaneras son nuestra inoculación cotidiana de IFS, con el objeto de atrofiar nuestra capacidad de análisis y pensamiento. Dice Byung—Chul Han que nuestra capacidad analítica “consiste en prescindir, en el material de la percepción, de todo lo que no pertenece a la cosa”. Por eso López Obrador es incapaz de responder algo directa y sucintamente, lo que sea que le pregunten responde con un sinfín de lugares comunes, historietas, chistoretes, canciones, descalificaciones y autoalabos que terminan por enterrar la pregunta y la respuesta, haciendo imposible distinguir entre lo esencial y lo superficial, entre lo relativo y lo ajeno; dificultando distinguir y seleccionar; ahogando todo en un amasijo primordial, en un muégano pegajoso y empalagoso. Adereza todo ello con una lentitud artificial y largos lapsos de silencio que ayudan a romper ritmo, cadencia y atención, que distraen, confunden, enfadan y extravían.

La diferencia es lo que permite el proceso dialéctico; cuando tesis, antítesis y conclusión se confunden en un desarreglo universal, sin principio, secuencia ni fin, es imposible el cogito y el sum: el pensamiento y la existencia. De igual manera, la retórica se distingue de la pedagogía en que la primera trata de convencer, de ser necesario por apabullamiento, cansancio o pasmo, mientras que la segunda busca la comprensión del espíritu y la chispa del conocimiento en el respeto del otro.

El problema es cuando el método muégano se aplica en la toma de decisiones. Para extraviar a propios y extraños es de gran eficacia; pero para encausar debidamente una decisión de Estado es de inmenso peligro, porque atrofia la capacidad de visión, pensamiento, juicio, distinción, análisis, asociación y raciocinio. No hay visión de Estado ni de futuro posible en un champurrado de palabras.

Byung—Chul Han dice que cuanta más información se pone a disposición —más si es desordenada, dispersa, sin priorización e intermitente—, “más impenetrable se hace el mundo, más aspecto de fantasma —figura que tanto arrebata las paranoias del presidente— adquiere. En un determinado punto, la información ya no es informativa sino deformativa; la comunicación ya no comunica, sino acumula”.

Lo más interesante es que el IFS manifiesta rasgos de depresión, que conduce a una “relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada”, donde el sujeto ya solo percibe su propio eco.

La IFS también hace imposible al sujeto asumir responsabilidades, favoreciendo la “falta de vinculación, arbitrariedad y el corto plazo”. Digamos, un espectro de cuando mucho la mañanera siguiente. “La totalización del presente aniquila las acciones que dan tiempo, tales como responsabilizarse y prometer”.

López Obrador termina así enredado en sus propias redes, vive en el presente constante de su delirio de grandeza, que le impide discursar la realidad, analizarla y comprometerse más allá de con su delirio.

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