El Salón de la Tesorería de Palacio Nacional se parece cada vez más a la caverna de la alegoría de Platón. Su entrada es dilatada, “abierta ampliamente a la luz, que se extiende a lo ancho” del salón. Los hombres en él “están encadenados por las piernas y el cuello, de modo que tienen que permanecer en el mismo lugar y mirar únicamente hacia adelante, incapaces como están de mover en torno la cabeza, a causa de las cadenas que la sujetan”.
La caverna de Platón se distingue, sin embargo, en que detrás de estos hombres “la luz de un fuego que arde a cierta distancia y a cierta altura” entra por sus espaldas y se proyecta en la pared del fondo. A lo largo de la entrada de la caverna ha sido construido un tabique parecido a las mamparas que se alzan entre los prestidigitadores y el público, y por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas”. Estos hombres transportan “por encima de esta pared, toda clase de utensilios y figuras de hombres y animales, trabajadas en piedra, en madera, y en toda clase de formas”. Lo que los encadenas ven son “las sombras proyectadas por el fuego sobre la pared de la caverna que tienen ellos enfrente”. Hoy, la caverna del Salón Tesorería no requiere del fuego y ni las sombras, utiliza la tecnología y miles de millones de pesos.
En ambos casos, no obstante, los hombres permanecen inmóviles con la vista fija en lo que de cara a ellos los “prestidigitadores” exhiben como maravillas. Si pudieran hablar entre ellos, “al nombrar lo que ven, pensarían estar nombrando las cosas reales (…) en el criterio de estas gentes, la realidad no puede ser ninguna otra cosa sino las sombras de los objetos fabricados”.
Pero la alegoría de la caverna de Platón fue planteada para mostrarnos el giro y punto de inflexión en el ser humano en la formación del filósofo. Sigamos sus pasos desde el Salón Tesorería.
¿Qué pasaría si alguno de los encadenados pudiera desatarse y voltear (girar) a la luz? “Sintiera dolor y no pudiera, por estar encandilado, contemplar aquellas cosas cuyas sombras veía antes”. Éste sería el giro del científico, que no contento con lo que dice la mayoría, quiere averiguar por sí mismo. Lo que ve al fondo del salón son las cosas que se le muestran y cómo se le muestran, pero si quiere mirar las cosas como realmente son tiene que voltearse a ellas, cambiar de perspectiva y verlas por sí mismo, no por la presentación de ella hacen los “prestidigitadores” de maravillas.
Este primer giro de Platón nos muestra que la visión y opinión que tengamos de las cosas depende de nuestra posición en el mundo: “el carácter perspectivista de la existencia” le llamó Nietzsche. En el primer caso ve sombras, en el segundo voltea a la luz, y al hacerlo “le dolerían los ojos” y “se apartaría de allí para volverse a aquellos objetos que es capaz de contemplar, y que los tendría por más perceptibles en verdad que los que se le muestran”.
El segundo giro sería el del filósofo, el sujeto saldría del Salón Tesorería y del Palacio Nacional para que desde la plancha del zócalo capitalino ver la luz del sol. Entonces “sufriría y se irritaría de verse así arrastrado, y que, cuando llegará a la luz, tendría los ojos tan llenos de su resplandor como para no poder ver ni una sola de las cosas que actualmente llamamos verdaderas”. Tendría “necesidad de acostumbrarse, si es que ha de llegar a ver las cosas de arriba”. Aquí la enseñanza es doble, la luz (lo real) duele y requiere tiempo y paciencia para poderla ver.
Aquel a quien así sacáramos del Salón Tesorería, “lo que primero vería con mayor facilidad serían las sombras; en seguida, en la superficie de las aguas, las imágenes de los hombres y demás objetos, y después estos mismos. Partiendo de estas experiencias, podría contemplar de noche los cuerpos celestes y el cielo mismo, y fijar su mirada en la luz de las estrellas y la luna, con mayor facilidad que ver de día el sol y la luz solar”, pero, finalmente, “sería el sol, ya no sus imágenes en las aguas o en algún otro medio ajeno a él, sino el propio sol en su propia región y tal cual es en sí mismo, lo que sería capaz de mirar y contemplar”.
Pero es en este último giro donde comienza su tragedia. Si este hombre volviera a la caverna del Salón Tesorerçia “para ocupar de nuevo su mismo asiento, ¿no se le llenarían los ojos de tinieblas, al venir, así de repente, de la región del sol?” Sabe ahora que afuera hay luz y un mundo real, pero éste no es su mundo, lo suyo es la caverna, pero ella también ha dejado de ser ya su hogar. Las sombras al fondo del Salón Tesorería ya nada le dicen, pero está condenado a hallar su camino en esa su oscuridad. Conoció la luz, sabe de su existencia, ansía su luminosidad y calor, pero está condenado a un mundo de sombras y apariencias; de prestidigitadores y sus maravillas.
Le es “preciso recomenzar a conocer aquellas sombras y entrar de nuevo en competencia con quienes han permanecido constantemente encadenados”, pero “tiene aún embotada la vista y con el muy corto tiempo que tendría para reacomodar sus ojos, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido a las alturas, ha vuelto con los ojos estragados, y que ni siquiera vale el intentar la ascensión? Y quien pretendiera desatarles y conducirlos a lo alto, ¿no lo matarían si pudieran echarle mano y darle muerte?”
¿Y qué diría el prestidigitador mayor y dueño del Circo? “Que no se hagan, que no engañen, que no simulen (…) Son muy corruptos, muy rateros. Es una cúpula de poder económico y político con achichincles, voceros y despistados, aspiracionistas, que buscan llegar a ser fifís, y desde luego los medios de información. Eso es lo que está en el fondo.
“Nada más que no mientan, porque son muy hipócritas, hablan de que se va a destruir el INE, que va a haber una dictadura, que lo estoy haciendo porque me voy a quedar, que va a haber reelección.
“Todos esos, aunque vayan a misa los domingos, no le tienen amor al pueblo, y son racistas en su mayoría, clasistas y muy hipócritas. Que lo sepan, pues, que se sepa bien”,
Los encadenados en el Salón de Tesorería no pueden ver más que lo se les proyecta, ni oír más lo que se les dice. Impedidos están de girar su cuello para ver algo más, ni hablar entre ellos. Que algunos hayan rotos sus cadenas y las sombras y busquen fuera de su prisión la luz y la verdad, es algo que pone en riesgo ese mundo alterno llamado 4T. Por eso las descalificaciones de López Obrador.
Pero, aún, encadenados a sus mañaneras, ponderemos sus dichos: nos insulta por ejercer derechos humanos políticos elementales: pensar, expresar, organizarnos, participar y demandar. Es decir, ser ciudadanos. Ser, según lo que dice la Constitución: mandantes.
Si eso dice hoy ante la posibilidad de una manifestación en favor de la verdadera democracia, no la sombre de ella que proyecta en el fondo de la Caverna en que ha convertido a Palacio Nacional; ¿qué dirá cuando de nuestro voto se trate?
Encadenados estamos a en la caverna del Salón Tesorería viendo las maravillas mañaneras de los prestidigitadores, pero tememos a la luz y nos reímos de los que nos dicen que afuera de sus sombras todavía hay un México de luz aún por nombrar.
Yo, por eso, marcharé este domingo 13 de noviembre en favor de la luz de la democracia.
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