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Cuando vi la lamentable foto de las corcholatas y senadores morenistas y paniaguados con el presidente en la escalinata de Palacio Nacional, minutos antes de la fatídica sesión de la ya llamada noche negra legislativa, me acordé de los ya lejanos años setentas.

Era otro México, sí, hegemónico, pero con pálpitos de democracia, aunque hoy no se les quiera reconocer. Era la primera legislatura de la reforma política del 77 y se procesaba en la Cámara de Diputados la iniciativa de Ley de Fomento Agropecuario. Hoy todos creen que en aquellos años bastaba un chasquido de dedos presidenciales para que el legislativo brincará, pero no era tan en blanco y negro la cosa.

La suerte de la iniciativa no pintaba bien. La oposición, sin embargo, no estaba tanto en las oposiciones, como en casa, dentro del PRI. López Portillo llamo al líder de la fracción parlamentaria priísta y presidente de la Gran Comisión, hoy JUCOPO: “Traeme a nuestros diputados” le dijo. “Primero te entrego mi renuncia, obtuvo por respuesta. Cuando ya no pueda te aviso, mientras tanto déjame hacer mi trabajo”.

Así empezó un arduo trabajo de deliberación y negociaciones. Las más aguerridas y difíciles dentro del propio partido en el poder. Aún hay por allí diputados de aquella época que lo pueden atestiguar. Fueron difíciles semanas de tejer negociaciones y acuerdos al interior de la bancada priísta, entre ésta y las oposiciones, con los personeros del poder Ejecutivo federal, con los gobernadores, con las centrales campesinas, con las organizaciones de pequeños propietarios, con los académicos, comentaristas y especialistas. Finalmente salió el dictamen aprobado en lo general por todas las fracciones, pero las oposiciones unidas reservaron todos y cada uno de los artículos, hasta los transitorios. La discusión se prolongó hasta el amanecer, en un parlamento de alta conflictividad y ánimos encendidos, pero respetuoso, conceptual, ilustrado y preparado a conciencia para la discusión, apegado a la técnica, proceso y formas legislativas. Además, con mejoras sustanciales en el texto del dictamen puesto a consideración del pleno.

La ley finalmente fue aprobada, el Legislativo lejos de desdibujarse empezó a tener mayor peso, presencia y reconocimiento. La política y su pluralidad se mostraban así capaces de dar frutos y no sólo escándalos y pleitos. El líder cameral llevó entonces a su bancada a Los Pinos para que el presidente le hiciese (a la bancada) un reconocimiento por su trabajo y compromiso. La reforma política, así, aún en un régimen hegemónico, se consolidaba.

Regreso a la foto del domingo en Palacio y lo que veo es el desdibujamiento de todos por igual. Los senadores de la mayoría y sus guajes de compañía acudiendo a recibir línea sin decoro ni pundonor, ignorantes que la forma es fondo: ¿quién los va a ver de aquí en adelante como legisladores, si ni de ujieres tienen pinta?: La esposa del César no solo debe serlo, tiene, además y principalmente, que parecerlo. Las corcholotas se diluyen en dos circunstancias. La de Monreal, que regresa lastimosamente a Palacio tras dos años de ostracismo para perder la poca dignidad que le quedaba, hecho ya añicos su liderazgo legislativo y, posiblemente, su futuro político. El resto de ellas, igualmente en desdoro y virtual anulación, bajo un mensaje, a ellos y a los senadores alineados en sus respectivos corrales que dice: “Aquí solo mando yo, nada de corcholatear mi liderazgo en el Congreso ni dentro de Morena. ¡Serenos, Morenos! Que nadie me cafetee antes de tiempo”.

Finalmente, se disminuye el presidente. Queda claro que ha perdido todo contacto con la realidad y sus decisiones ya no responden a ninguna lógica ni parámetro. Que se ha quitado la careta y hace abierta ostentación de su veta de tirano bananero incapaz de hacer política, y prefiere optar por el “sí, y qué”, y esperen, ¡cabrones!, porque “lo mejor es lo peor que se va a poner”, y que tizne su madre al que no le cuadre. Como si la lluvia no lo mojará, el tiempo no corriera para con él y los costos de su acción, palabra y omisión no tuviese que pagarlos algún día.

Su desafuero —ese su estar fuera de sí— revela más que la fotografía y su narrativa. No solo sus desmayos son ¡pasajeros!, sino que, además de ser el presidente más atacado en la historia mundial, da rienda suelta a su ofuscación urgente e imparable de “Aquí solo mis chicharrones truenan” para un consumo personal sin más destino de su delirio desbocado, aderezado del capricho rencoroso y resentido de inutilizar a la Corte inundándola de juicios de control de constitucionalidad, tal y como ha hecho inoperante al INAI al imposibilitarle funcionar, y acabar con el INE asfixiándolo presupuestalmente y hundiéndolo en la mediocridad cuatrotera. Hay en todo esto una expresión que dice “después de mi la nada”, no en balde Hitler ordenó a Speer dinamitar toda la infraestructura y planta industrial alemana antes de perder la guerra, no obstante, ya ser para entonces Alemania un escombro total, sólo equiparable al tamaño del delirio del Führer.

El gran perdedor de la noche negra legislativa es México; le sigue muy de cerca lo que quedaba del poder Legislativo y de la corcholata Adán Augusto que, tras la anulación de Monreal, queda más que descalificado para procesar nada entre diputados, senadores, gobernadores y estadios de béisbol. Finalmente, la Corte, sobre quien caerá la ira divina y diabólica del poder hecho delirio.

A diferencia de con aquel diputado, este López —Obrador¬— no deja a nadie pichar, cachar, batear ni correr. Bajo su sombra todo es erial, nada crece. Su sombra es de muerte.

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