Juegan al espectáculo de la política; como si el juguete fuera suyo y nosotros el juguete. Olvidan lo que aprendimos hace milenios de años: la política es el campo donde se expresa la libertad imprevisible, errática, siempre sorpresiva, a veces sangrienta de los pueblos.
Bassols, desencantado de Lombardo Toledano y del Partido Popular, escribió en 1949: “toda la vida política del país está ya viéndose envenenada, paralizada, sofocada… el propio aparato de mistificación del fenómeno electoral no tiene más camino que la inacción, no tiene más vida política que la que lo lleva a no hacer política”.
Dos años después (1951), Cosío Villegas, describía el alemanismo como un “chorro de luz que se arroja a los ojos del pueblo para cegarlo deslumbrándolo, e impedirle así ver sus propias llagas… sus llagas políticas”. El gobierno pide “orden, trabajo y disciplina y acaba por exigir acatamiento ciego y servil, la sumisión abyecta de todo el país”.
Dos sensaciones que privan hoy sobre nuestros hombros: desencanto político y ciego sometimiento.
Pero no somos juguetes ni la política es de ellos.
Ignoran lo imprevisible de la libertad humana. Su furia desatada. ¡El México Bronco!
No, la política no es un juego. ¡Con México nadie juega!
Al tiempo.
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