Hace tres años el presidente dio la orden de liberar a un peligroso narcotraficante detenido por las Fuerzas Armadas en cumplimiento de una solicitud de extradición a la luz de tratados internacionales suscritos por México. Lo hizo aduciendo, tiempo después, evitar la pérdida de vidas inocentes, cuando ya habían 8 en la cuenta.
En su momento López Obrador tendrá que responder por su conducta y razones, y la historia, además de la justicia, lo juzgarán. Hablaba él de posibles 200 vidas en riesgo en la Ciudad de Culiacán, Sinaloa. Por supuesto una vida en riesgo es suficiente para ponderar cualquier acto de autoridad en curso, pero no podemos dejar a un lado los más de cien mil muertos que se acumulan a estas alturas del sexenio, ni la violencia desatada por la pantomima de abrazos, no balazos, ni los territorios tomados por el crimen organizado, ni las ofensas e ignominia a las que se ha ordenado a las Fuerzas Armadas no responder.
La amnistía es un perdón, pero siempre a cambio de algo. La abdicación es la rendición absoluta a cambio de nada. Y lo que hoy tenemos es la abdicación al Estado de Derecho, a la seguridad pública, a la convivencia civilizada y a la soberanía nacional sobre el territorio y la población.
Puede que la decisión presidencial de aquel entonces pudiese haber sido la acertada. Ello, sin embargo, no es impedimento para evaluar el diseño y ejecución del operativo. Ir tras un blanco de esta peligrosidad implicaba tomar todas las precauciones necesarias para, precisamente, no poner en riesgo la seguridad de la población civil.
Llevar a cabo la aprehensión sin las garantías necesarias para salvaguardar la vida y bienes de la población en riesgo es posiblemente un error aún más grave que el fracaso mismo de la detención objetivo.
Por sobre el error y omisión, podría caber que el diseño de la estrategia haya consistido en la ausencia de dichas salvaguardas para verse obligados a liberar al objetivo y alegar imposibilidades materiales para llevar a cabo su detención y extradición. En dicha hipótesis, ya no estaríamos ante un error humano, sino ante responsabilidades de diversa y grave índole. Existen errores en la ejecución del operativo del tamaño de una catedral en cuerpos de élite entrenados y probados múltiples acciones exitosas anteriores, que hasta el momento no hallan explicación alguna.
Posiblemente el hackeo de la Guacamaya arroje luces sobre esta sombra y podamos saber si se trató de un error o de una simulación más de este gobierno de percepciones y engaños.
Al tiempo.
PS. La más grande pérdida es en la dignidad de nuestras Fuerzas Armadas llevadas hoy al paroxismo del delirio.
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