Aunque así lo parezca y allí quieran encerrarnos, nuestros problemas no son solo de un simplificado maniqueísmo político y menos una eterna fiesta de magia y prestidigitación electoreras. Lo que hoy vemos en todos los frentes es un mundo regido por el espectáculo, el consumismo informativo y el vértigo de las redes. No dejando espacio y tiempo para lo importante.
He señalado que lo que hoy vivimos es el fin de una crisis de sistema político y de su sistema de partidos, crisis que se prolonga desde finales de los años sesentas del siglo pasado. Somos, pues, un puñado de generaciones cuya cosmovisión es de crisis y cuyo propósito es de sobrevivencia, paliación o fuga. Tan aprendimos a vivir en crisis que, como adictos, desarrollamos capacidades para vivir en y de ella; no para solucionarla o inventar algo diferente que nos permita dejarla en el pasado. Así hemos desarrollado frente a nuestras crisis una especie de síndrome de Estocolmo que nos hace positivos y afectos a ellas.
Pero hasta las crisis mueren. Este mundo que hemos capoteado por tantos años ya no da más de sí. Y hoy es él quien nos deja al margen del camino. Prueba de ello es la política y los políticos que tenemos. Nuestra Babel cruje en sus entrañas, todo regresa a un amasijo primordial; todo se desvanece en nuestras manos.
Y todo esto pasó con nosotros.
Nosotros lo vimos,
nosotros lo admiramos.
Con esta lamentosa y triste suerte
nos vimos angustiados.
En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua con salitre.
Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo,
pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
(Cantares Mexicanos 1523).
Más no vemos, ni admiramos; no nos angustiamos ni nos alarman los muros ensangrentados, las casas destechadas, las paredes salpicadas de sesos… la soledad. En nuestra borrachera electorera y primermundista sembramos por futuro desigualdades y olvidos. Con Montesinos debiéramos preguntarnos acerca de nosotros mismos: “¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?”
Porque en nuestra fiesta electorera, por un lado, y globalista, por otro, convertimos nuestra pobreza salarial y social en atractivo de inversiones y trampas clientelares. Desde los griegos sabemos que la política es propia del ámbito de la libertad, no de la necesidad. Desde entonces sabemos que el ser humano no tiene tiempo, fuerza ni cabeza para pensar en la buena vida, la vida entre los demás y los propósitos de todos, sin antes resolver su propia vida y la de los suyos: su sobrevivencia.
Pues bien, la crisis política que hoy vivimos es producto de decisiones políticas, electoreras y económicas para mantener a la mayoría de los mexicanos en un estado de necesidad, de clientela, de mera subsistencia. En un estado de extrema desigualdad.
Desigualdad buscada como control político y profundizada como consecuencia de una política que se niega a sí misma al gobernar para perpetuar la necesidad, la ignorancia, la insalubridad y la dependencia, en vez de libertad, mejores niveles de calidad de vida y acción ciudadana.
Por eso nuestros partidos, todos, se vaciaron de ciudadanos y viven de repartir clientelarmente los recursos que se agencian del Estado y de otras fuentes interesadas. Son repartidores de despensas, bultos de cemento y tarjetas; son publicidad. Por eso hoy tienen que doblarse a las exigencias de una amorfa sociedad civil que sabe qué le duele, pero no sabe cómo hacer de su reclamo acción política. Tarea que corresponde constitucionalmente a los partidos y que no supieron ni quisieron cumplir. Por eso hoy nada tiene sentido, por eso las palabras se vaciaron de significado y la política de ciudadanos. Por eso urge pensar nuevos diseños y formas (organización y conductas) políticas.
En un amasiato de desconfianzas y de buenas intenciones, oposiciones y grupos de la sociedad civil exploran un entendimiento efectiva y electoralmente viable. Por otro lado, en un triunfalismo desesperado, el poder corre sin rumbo, grita sin mensaje, harta sin necesidad, camina desnudo.
Pero hoy el hambre no encuentra cómo compaginar con las ganas de comer, los patos le tiran a las escopetas, la simulación y el cinismo son las monedas de cambio, el sinsentido abarca todo el horizonte y nadie está seguro de nada, salvo que la desigualdad pronto nos alcanzará a todos, como lo advirtió hace mucho un presidente mexicano en el congreso norteamericano: “La humanidad deberá decidir si es más justo y más conveniente vivir en la mayor opulencia rodeado de pobres, o en medio de naciones prósperas, aunque no se alcance excesiva riqueza”. No lo escuchamos, o habiéndolo hecho, optamos por la opulencia de unos cuantos rodeados de la miseria de los más.
Pero hasta eso es finito y hoy urge otro arreglo. Cito a Lincoln: “Los dogmas del tranquilo pasado son inadecuados a la presente tormenta. Esta situación está erizada de dificultades y debemos elevarnos a la altura de la emergencia. Así como nuestro problema es nuevo, debemos pensar y actuar novedosamente”.
¿Podremos, o seguiremos lamiendo la yunta conocida?
Por lo pronto, a donde volteo sólo veo más y peor de los mismo.
Publicado en LFMOpinión.
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