Lo que hace al pacto es la confianza; no lo pactado. Puede pactarse el mejor de los propósitos, que de nada sirve si el pacto no se enraíza en la confianza y se fragua con ella.
Pero la confianza no se pacta: la confianza siempre precede al pacto. Tampoco se decreta. Y cuídese usted de quien la jura por delante; porque la confianza se construye mutua y arduamente. La confianza es hija de la voluntad, del tiempo y de la paciencia; es producto de un proceso de prueba y error, de riesgos y certezas compartidos. Es un hijo, no un acostón.
No hay confianza unilateral ni voluntariosa; tampoco hay confianza divina, siempre es un hecho entre hombres en el tiempo. La confianza es esencialmente política, es una acción entre, al menos, dos.
Pero en México desde hace muchos años hemos construido desconfianzas plenas, polarizaciones varias y recelos multiplicados. De allí que el problema sea pretender construir confianza sobre recelos compartidos, urgencias de último aliento, un enemigo común o la suma de impotencias. La confianza urge de destino claro y conllevado, planteamientos totalmente desarrollados, transparencia plena, viabilidades verificables y pruebas ininterrumpidas de veracidad.
En otras palabras, sustentar todo en la confianza es lo más desconfiable que puede haber.
La confianza requiere de hechos, no de fe, menos de solo propósito, por más noble que este sea. De buenos propósitos está pavimentado el camino al infierno.
Empecemos con Morena, donde las oportunidades de construir confianza quedaron atrás y desaprovechadas; hoy solo hay un estrecho margen para administrar una desconfianza larvada, cultivada y consolidada; y en un equipo y gobierno que no se nuclea en torno a una organización, identidad y pertenencia compartidas, sino en el oportunismo, sumisión y ciega lealtad en torno a un caudillo que reina en la soledad de su delirio. Nadie en Morena confía en sus compañeros, en sus procesos, en sus formas de decidir, en sus dirigentes y en su líder. Y éste menos confía en alguien: mientras más despegado del suelo, más se adentra en el reino de las paranoias. Hasta de su sombra debe recelar. Allí adentro, pues, todos son enemigos, por más pactos que se firmen y juramentos que se mienten al viento.
Sigamos con las agrupaciones de la sociedad civil, a las que bien podemos llamarles las sociedades civiles y sus agendas diversas, particulares, exclusivas y excluyentes. Un rosario de membretes a quien nadie eligió y que a nadie rinden cuentas; representaciones sólo de sus dirigentes y, a veces —cuando las tienen— reducidas clientelas. Hay más desencuentros entre agrupaciones de una misma causa (feminismo, jóvenes, etc.), que entre Marcelo y Claudia; Porfirio y Mario Delgado; y Julio Scherer Ibarra y Gertz Manero.
Si volteamos a ver al Frente Amplio por México, nos queda claro que la falta de acuerdos en los detalles —que reclama con razón Lily Tellez—, obedece a una desconfianza entre los tres tahúres con patente de partido y entre ellos y las agrupaciones de la sociedad civil. Detalles que ojalá resuelvan pronto para el bien de todos. Pero la tarea es ardua y espinosa: las agendas, propósitos, regulaciones, mandantes y márgenes de acción difieren entre partidos normados constitucional y estatutariamente, y, además, fiscalizados por autoridades y entre ellos mismos, y las sociedades civiles, su amplio margen, discrecionalidad y agendas diversas.
Finalmente volteemos a ver la desconfianza ciudadana en sus organizaciones partidistas, su gobierno, su sistema político y su justicia. La sociedad plural puede coincidir en una causa como defender al INE —aunque haya sido de ocasión, porque hoy el INE muere desde dentro sin que nadie reclame por su vida ni desempeño—. Pero de allí a convertir una marcha en acción política efectiva media un abismo que solo se llena con pensamiento, proyecto, discurso, congruencia y voluntad políticos.
En fin, la confianza no es un acto fe; la mamá de Paquito jamás le creerá que por llamarse así ya no hará travesuras. ¿O acaso alguien confía que López va a respetar la legislación electoral, por más que lo jure todos los días?
La pregunta es, sin embargo: ¿cómo reconstituir la confianza en un nosotros entre nosotros si lo que nos falta es, precisamente, ese nosotros?