¿Qué es el discurso político? Una conversación que discurre entre iguales sobre temas comunes.
El cesarismo y el monarquismo lo hicieron la palabra única del gobernante; figura que se acopló al sincretismo entre nuestro Tlatoani y la Conquista. Pero ese discurso, como todo nuestro sistema político, está muerto desde hace mucho. No sólo dejó de comunicar, dejó de ser creíble. Hoy ni a ladrido llega.
Además, la irrupción de la televisión cambio los códigos comunicativos. Gran parte del rompimiento generacional del 68 se debe a dos lenguajes, significados y discursos que nunca se encontraron en el camino.
Hoy la crisis es mucho más profunda y no hemos podido medirla aún en su conjunto. Las redes han multiplicado los canales y presentaciones del mensaje, han cambiado y complicado el lenguaje, su estructura, su valor y sus alcances debido a su instantaneidad y lo vertiginoso y casi desapercibido de su caducidad, su variedad, su volumen, su segmentación y capacidad conductista.
No nos percatamos, pero nuestra conversación no es discursiva, no discurre, no argumenta: se impone a través de datos cerrados, indiscutibles y finales. A nadie importa, además, si son verdaderos: las redes no buscan la verdad, sino el impacto. Somos consumidores adictos a impactos que osan llamarse “información”. Información que se toma o se deja. O se está en una capilla o se está en otra, agrupados algorítmicamente en comunidades por atracción o repulsión. Granjas de consumidores cautivos de impactos cuyos orígenes y objetivos a nadie importa dilucidar.
Nadie trata de convencer a nadie, de saber algo del otro, de entenderlo. Para qué, si el algoritmo nos atrapa en comunidades y comunicaciones endogámicas donde todos piensan igual.
A ello hay que sumar la política espectáculo y el negocio de la publicidad política, que vinieron ha llenar de vacuidades y naderías lo que alguna vez fue el mensaje político. Hoy el mensaje político es su presentación, no su significado. Devoramos envolturas, no contenidos. Es un mensaje sin aportación, sin sentido; que muere tan pronto pasa, sin dejar rastro, demandando la urgencia de su repetición hasta el hartazgo.
Hay hoy canales y programas que con verlos una vez ya se vieron todas; podrán variar temas y coyunturas, pero hasta un bebe de pecho puede predecir la posición de sus contertulios y hasta sus poses con años de antelación.
De allí que hoy no se les pueda exigir a las candidatas y a los partidos una comunicación que comunique. De allí el erial de su extravío.
Pedirle, por otro lado, a los publicistas que generen contenidos, es pedirle peras al olmo.
¿Qué nos queda en este marasmo comunicacional de mudos y sordos, de bilis, miedos y banalidades?
Generar una conversación verdadera, empezando con nuestros vecinos que, además de compartir el territorio, viven circunstancias parecidas. Recuperar el contacto personalizado y la comunalidad en nuestras vidas.
No hay ya discurso político. El político ya nada dice. No tiene qué. Pero si hay una realidad política compartida a conversar. Y no necesitamos ni de Pericles ni de Cicerones para conocerla, discurrirla, compartirla y comprenderla. Ningún candidato nos la va a venir a enseñar. Sólo requerimos recuperar nuestra conversación, entre los nuestros y sobre nosotros y nuestros problemas. Desde allí habremos de reconstruir una conversación y deliberación que desplace el ruido que hoy llena el espacio que debiera ser político. Desde ahí resurgirá el discurso político que discurra, comunique y genere unidad de acción efectiva.
No discutamos la Megafarmacia, hablemos de lo que nos cuestan los servicios de salud que el Estado ya no presta; de guarderías, de escuelas de tiempo completo, de seguridad social, de seguridad física…
No, no es una discusión sobre continuismo o cambio: vacuidades publicitarias que simulando decir todo, nada dicen.
¡La discusión eres tú!
El discurso político es tuyo y de los tuyos. Si la publicidad partidista no habla de algo en que no puedas verte reflejado, podrá ser una genialidad publicitaria, pero no es política, ni nada te aporta.
Allá tú si entregas a México por una calca matona, por un segundo piso al precipicio, o por un corazón rosita. Discursa tu realidad. Vota por ti.
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