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La trayectoria política de José Ramón Enríquez refleja un fenómeno cada vez más común en la política mexicana: el llamado transfuguismo político o nomadismo partidista. Su recorrido por distintas banderas partidistas nos invita a reflexionar sobre la lealtad ideológica y el pragmatismo en la política contemporánea.

Su transformación, desde candidato de Movimiento Ciudadano, pasando por una coalición PAN-PRD, hasta llegar a Morena, dibuja el retrato de un político que ha sabido adaptarse a las cambiantes mareas del poder. Sin embargo, esta flexibilidad ideológica tiene un costo: la pérdida de credibilidad y la erosión de la confianza pública.

El mote de “saltimbanqui” que se le ha adjudicado no es casual. Como aquellos artistas circenses que saltan de un lugar a otro, Enríquez ha mostrado una notable capacidad para brincar entre ideologías aparentemente opuestas. Esta práctica, aunque legalmente permitida, plantea serias interrogantes sobre la autenticidad de las convicciones políticas y el verdadero compromiso con las causas que cada partido dice defender.

La resistencia que ahora enfrenta, incluso de antiguos aliados, sugiere que el costo de estos saltos políticos finalmente está pasando factura. Es un recordatorio de que, en política, la memoria colectiva suele ser más larga de lo que algunos políticos calculan, y que la coherencia ideológica, aunque a veces parezca pasada de moda, sigue siendo un valor apreciado por el electorado.

Este caso nos invita a reflexionar sobre la necesidad de fortalecer nuestro sistema de partidos y de promover una política basada en principios más que en oportunismos. La pregunta que queda flotando es si el electorado seguirá tolerando estas piruetas políticas o si, finalmente, exigirá una mayor congruencia a sus representantes.

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